Empezamos a correr por rabia o quizá por miedo. A Mike le detectaron un tumor cerebral y entre las muchas prisas que la vida te mete ante noticias así, surgió la opción de correr una media maratón. Pudo haber sido la Behobia – San Sebastián, pero acabó siendo la Mitja Espirall de Vilafranca. Pudimos haber elegido cualquier otra tontería pero esta nos motivaba.
Durante 4 meses hemos corrido más de lo que habíamos hecho nunca. En mi caso he bordeado los 350km, ellos hicieron más. Dudas muchas pero también muchos momentos para no olvidar: los fuegos artificiales, aquellos primeros 10km sufriendo, el primer 15km, el primer gel, los 16km solo en Les Aigües, el baño en la playa después de un entreno, la resonancia magnética de mi rodilla … fotos y momentos que ya se quedan con nosotros.
La carrera fue tan perfecta que casi nos hace olvidar porqué estábamos haciéndola. Me gustó que cada uno aportase comentarios personales añadidos al hecho principal. Salimos tranquilos y sin excesos. Llegamos al km 13 con ligeras pendientes y tomamos una naranja que (bromeando) creíamos que llevaba droga. Salimos de allá a un ritmo casi endiablado, como si quisiéramos enfrentarnos de cara al que llaman «mini-muro», km del 16 al 19. No hubo tiempo ni de sufrir, seguimos a bloque y con la mente inquebrantable. Cuándo vimos el km 20, en mi caso primera vez que corría tanto, nos lanzamos casi al sprint a la meta. Saludamos a la familia y entramos los 3 juntos, Mike en medio y cogiéndonos de las manos. Tal y como lo había soñado tantas veces.
Después habría barbacoa, vino natural, presa ibérica y patxarán.
Creo que hicimos lo que tocaba. Ahora quiero que vengan más, y quiero que Mike nos machaque con tiempos imposibles porque tiene condiciones para ello. Cada vez que nos humille y nos dé un repaso, el equipo habrá ganado otra batalla.
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