Y nada, mañana cumplo 40 años. Han sido meses esperando que llegase el momento para que pase cuánto más rápido mejor. Ni siquiera voy a tener tiempo de tener la crisis de los 40 clásica. Mi mente y mi recuerdo mañana serán para mi padre, que no estará ahí para mandarme su clásico mensaje de felicitación. Siendo miércoles, seguro, me lo hubiera mandado desde Piera, desde dónde escribo estas líneas.
Será una jornada triste, pues, la del 19 de julio de 2017. Pero será. Y ya es mucho más de lo que he pensado en algún momento de este último año. Ahora ya nos encaminamos a los dos últimos aniversarios: el de nuestro último concierto juntos y el de su accidente y posterior muerte. Con ello concluirá el primer año de duelo dónde lo único que he aprendido es que el dolor y el vacío no se curarán nunca y que la sensación de no tener a alguien aquí es terrorífica. Que es algo que no puedes explicar con palabras. Que nunca se va. Que cada sueño te remueve. Que cada pensamiento te lleva al mismo sitio. Que ni siquiera me salen las lágrimas cuándo por dentro llueve a mares.
Sigo en la lucha, sigo aprendiendo y sigo buscando mi sitio con las piezas del puzzle todavía desordenadas. Pero aquí sigo.
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