Que bien lo he pasado en París. Han sido 5 días pero han cundido como 1000. Hemos visitado todo lo visitable, desde clásicos como la Torre Eiffel, Notre-Dame o el Louvre, hasta otros algo menos clásicos como las catacumbas de Denfert-Rochereau, el cementerio de Pere Lachaise (tumbas de Jim Morrison, Oscar Wilde, Edith Piaf…) o el Museo Rodin.
Han sido 5 días cargados de cultura y arte por todos los lados. A piñón. Quizá en algunos momentos, el ritmo ha sido excesivo, y nuestros pies decían basta, pero ha merecido la pena.
Personalmente, los franceses me han parecido unos sosos de cuidado (dicen que en los pueblos es diferente), pero unos maestros a la hora de explotar su pasado y su cultura. Y sobretodo, me ha encantado pasear por lugares históricos, comenzando por nuestra visita el primer día a la plaza de la Bastille, el lugar dónde el mundo cambió el 14 de julio de 1789, pasando por el Pantheon (dónde están enterrados Rosseau, Voltaire, Victor Hugo…), la plaza de la Concordia, el Museo de los Inválidos, la Conciergerie, … lugares cargados de historia, una historia que me llegó en su día (gracias a un profesor llamado Francesc Masdeu), y que ha rebrotado de nuevo.
Ese ‘espiritu’ revolucionario con el que he vuelto tiene mucho que ver con los lugares visitados y los personajes históricos que he recordado, pero tiene mucho que ver con algo que pasó el primer día del viaje, en la Bastille. Allí nos encontramos con una manifestación importante, con containers quemados, con cabinas destrozadas, con la calle patas arriba… no entendíamos nada, hasta que una señora de unos 50 años, ansiosa por dar a conocer el problema, nos paró para explicarnoslo. Entendimos que el gobierno había aprobado un impuesto que los comerciantes más pobres no podían afrontar, y que el gobierno francés era el único de Europa que lo tenía. Estaba indignada. Y dijo algo que me llegó: la única forma de que nos escuchen es salir a la calle, quemar cosas, destrozar el mobiliario urbano, hacer ruido y daño… Revolución. En la plaza de la Bastille. Qué mejor lugar.
Mi revolución personal, de manera simbólica, llegó al día siguiente, en Notre-Dame. Había un libro de visitas, dónde todo el mundo podía firmar. Allí, en pequeño, y en el mejor lugar posible, quedó un recuerdo de mi visita:
«CONTRA LA IGLESIA, REVOLUCIÓN»
Es sólo el principio de lo que está por venir. Permanezcan atentos, porque aunque no será televisada, será contada en estas mismas páginas.
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