NEPAL – 2010
Del 19 de noviembre al 11 de diciembre de 2010
Introducción
Núria y yo decidimos viajar a Nepal casi de casualidad, como siempre. Es un país que siempre me ha llamado la atención, y debo decir que principalmente era tras leer muchas entrevistas con Enrique Bunbury en la etapa de «El espíritu del vino«. Cosas de la adolescencia, supongo.
Dudamos entre viajar a la India y Nepal, en principio apuntábamos a la India en verano, y acabamos viajando a Nepal en invierno. La casualidad hizo que allí estuviera MªAlba, una amiga que viajó a Nepal para un voluntariado, y que en una historia de amor preciosa, acabase casada con Suman, un chico nepalí encantador. Con ellos íbamos a pasar nuestros primeros días allí, realizando un trekking de 4 días, y así nos podríamos aclimatar y tener a alguien que conocía el país a nuestro lado en esos difíciles primeros días.
Antes de viajar, nos vacunamos de varias cosas durante algunos meses, y en nuestras mochilas llevábamos muy poca ropa. 2 camisetas, algo de abrigo, toallas comprimidas, neceser, … realmente unas mochilas impropias de un viaje de 21 días. Con el tiempo, aprendes a viajar y sólo llevas lo verdaderamente imprescindible.
Con unos nervios desmesurados y las ganas disparadas, nos dirigimos al aeropuerto, la aventura comenzaba…
19 y 20 de noviembre – El viaje, la llegada, el shock…
Nos decidimos por un viaje con una sola parada, en Doha, Qatar. Es más caro, pero se agradece. Los aviones de Qatar Airlines están bien preparados y su tripulación es simpática. Además, dan de comer/cenar y dentro de lo que cabe, es comestible. Desestimamos otras combinaciones, porque obligaban a volar desde la India.
Hicimos 7 horas hasta Doha y cenamos allí unos bocadillos de jamón que, fácilmente, colamos en los controles de seguridad. En el aeropuerto, el cambio cultural ya era importantísimo. De repente, los que te rodean dejan de ser occidentales y ves gente pintoresca por todos lados. Tras dar una vueltecita por el aeropuerto, y comprobar que nuestra tarifa no permitía dormir en un hotel (hay tarifas de Qatar Airlines que sí lo permiten), buscamos sitio para dormir entre los asientos, mientras los aviones nocturnos despegaban.
Aguantamos 2 horas, no más, porque el frío era importante. Nos fuimos a una habitación de descanso, con semi-hamacas para dormir, encontramos sitio y dormimos alguna horita. Al despertarnos e ir al lavabo, tuve la primera imagen cómica de la jornada. Un amigo estaba con el pie en la pica del lavabo!! Sí, dónde nosotros nos lavamos las manos, él tenía el pie 😀 Me entró un ataque de risa importante. A pesar de ser un aeropuerto moderno, nos llamaron al vuelo a viva voz, y partimos hacia Kathmandú.
Del viaje recuerdo un dolor de oídos insoportable al descender entre los 1000 y los 300 metros. Lo pasé mal, pensé que me explotaban. Pero por suerte pasó rápido. A la llegada todo pintaba diferente. Pasamos los controles, pagamos los visados (40$) y salimos a la calle… y allí cambió todo ya definitivamente. Habían decenas y decenas de taxistas que se peleaban por ti. No entendíamos nada. Por suerte, MªAlba y Suman habían venido a buscarnos y los vimos rápido. Salimos de allí en un periquete, con un taxi que Suman negoció por nosotros. Costó 250 rupias nepalís, unos 2,5€, y nos llevó a Boddnath (o Boudhanath), el barrio budista de Kathmandú.
Durante el viaje, me quedé completamente en shock con lo que veía. Casas, personas, colores,… todo es tan diferente! Es una sensación terriblemente emocionante y un choque cultural que es imposible explicar con palabras. No hablé en todo el viaje. Llegamos a Boddnath, y mis recuerdos se difuminan. Pasamos por la Stupa (de la que hablaré largo y tendido, seguro) y vimos a centenares de personas. Muchos, vestidos de color naranja. Algunos sonrientes. Fue quizá, el único momento del viaje en el que me sentí un extraño.
Allí, en la plaza que bordea la Stupa, tiene la oficina Dani, un chico catalán encantador, cuya empresa Responsible Treks nos gestionó los permisos para hacer el trekking los primeros 4 días. Pagamos 7100 rupias, unos 70 euros (2 personas), por los permisos, entrada al parque del Annapurna, viajes, … Es algo que puedes hacer por tu cuenta sin problemas, pero tener a alguien ‘de casa’ ayudándote es un lujo, además de una garantía de que todo estará bien y no tendrás problemas, como así fue.
Tras un ratito con Dani y su gente, fuimos a la Dungkbar Guest House. Estaba cerca, a menos de 5 minutos de la Stupa. Pagamos 800 rupias (8€) por una habitación doble con baño dentro. Lo del baño era importante, pues las barrigas de Núria y mía son un poco problemáticas, y en previsión siempre intentamos que sea así.
Fuimos a cenar con MªAlba y Suman, y nos llevaron a conocer el Double Dorjee. Es un restaurante tibetano, regentado por una señora que es un amor. Allí descubrimos una de las cosas más curiosas de Nepal… no había luz! Eran las 19h y no había luz. La gente cenaba a la luz de las velas. ¿Y crees que alguien estaba preocupado? Ni mucho menos. La vida sigue incluso sin algo tan fundamental para nosotros como es la luz. Ya contaré los porqués.
Núria pidió momos, unos trocitos de pasta rellenos de patata y queso, y yo pedí arroz con pollo y verduras. Para beber, probamos la tomba (quizá no lo escribo bien), cerveza tibetana que se bebe caliente. Muy extraña, con un sabor difícil de definir. Durante la cena, estuvimos charlando largo y tendido con Suman y MªAlba, nos contó Suman cosas interesantes acerca de sus orígenes newaris, vivimos alguna anécdota divertida y reímos mucho. Entre medias de la cena, la luz volvió. Como si nada…
Volvimos al hostal y me sorprendió ver publicidad en algunas farolas. MªAlba me explicó que algunas marcas, supermercados, etc… que son quienes tienen algo de dinero, pagan esas farolas, a cambio de poder poner publicidad.
Quedamos a la mañana siguiente en despertarnos prontito (Suman se encargó de pedirnos un taxi) y nos citamos con ellos en Pokhara. Nosotros viajábamos en autobús y ellos en moto.
21 de noviembre – Los lagos de Pokhara
Nos despertamos muy pronto, y aunque tardó algunos minutos, el taxi vino a buscarnos. 300 NPR (a partir de ahora, rupias nepalís, para saber en euros dividir por 100) hasta la estación de autobuses. Allí, nuestro taxista nos ayudó a encontrar a la gente de Sunny Travel, la compañía que nos llevaba a Pokhara.
Nos subieron las mochilas arriba del autobús, y la primera sensación es que volarían de ahí. Podría haber sido así, pero no lo fue. Pasaron algunos vendedores ambulantes de agua (se dice pani), chocolatinas, y distintas variedades de cosas que parecían donuts. No me atreví a comprar nada. Creo que estaba completamente miedoso ante un posible engaño. Llevábamos menos de 15 horas en el Nepal, y realmente el cambio de todo era demasiado para mí.
Salimos, con nosotros en la primera fila, y a los 2 minutos de reloj, accidente! Un coche pasaba por el lado, nos tocó, y a partir de ahí se formó uno de los jaleos más importantes que vimos durante nuestra estancia. Aquí me permito hacer un inciso, y es para hablar de cómo se conduce en Nepal. Se conduce por la izquierda, como en UK, y de una manera totalmente alocada, o eso nos parece a los occidentales. Es algo que ya vivimos en el taxi del aeropuerto, pero que en el autobús se haría patente. Allí se utiliza el claxón para todo. Hay muchos códigos, todos ellos se marcan con el claxón, y esos códigos están por encima de señales y normas. Con decir que si hay 3 carriles, te puedes encontrar con que los coches vayan por el 4º o por el 5º carril, sin problemas. Se los inventan, siempre intentando adelantar. Eso sí, difícilmente ves accidentes, peleas o gritos. No se enfadan casi nunca.
El caso es que nos tocó el accidente nada más salir, pero fue de poca importancia. Aun así, eso no impidió que se juntasen 30 o 40 nepalís que discutían sobre el culpable. Vino la policia, y tras una media hora parados, parece que el tema se solucionó. ¿Quién tenía razón? Ni idea, demasiado kaos teníamos ante nuestros ojos. Estábamos FLIPANDO.
Durante el viaje, salimos de la ciudad, y los inputs visuales se multiplicaron. Vacas pululando a sus anchas, gallinas degolladas, negocios pequeños, gente de todas clases, niños, … en 1 minuto veías más cosas que te llamaban la atención, que en 1 día en occidente. El viaje fue eterno. De Kathmandú a Pokhara habrá unos 200km. Tardamos un mínimo de 8 horas. El autobús marcó un máximo de 70km/h, y en ese momento, tuve claro que llegaba mi muerte. Qué miedo! El viaje es bonito, el paisaje acompaña, y lo único malo fue que estuvimos cerca de 2 horas parados por problemas en la carretera… Nos estábamos preparando, en nada de tiempo, para la paciencia nepalí.
Un dato sorprendente del viaje, fue que con el traqueteo del bus, el peligro evidente con tanto adelantamiento, la posibilidad de irnos barranco abajo (vimos algún bus volcado), … Núria se durmió!! Era algo inviable, uno sufriendo por su vida y Núria completamente sobada. Debo decir que más tarde, tras comer algo, fui yo quién caí dormido, así que sí, es posible dormir en esos autobuses.
A mitad del viaje paramos a comer, y me encontré con que, en sitios turísticos, las cosas funcionarían de otra manera a lo que yo tenía pensado. Nos pidieron 250NPR por un dal bhat. Es un plato típico nepalí, formado por arroz, lentejas, verduras, algo de picante… Me pareció carísimo. Teníamos precios de referencia que hablaban de 100NPR máximo. No me gustó y me decepcionó muchísimo, de hecho, que nos quisieran timar a la primera. Al final acabé comiendo un plato de arroz blanco por 100NPR, y con una sensación creciente de inseguridad y miedo que no me gustaba. Suerte que duró entre poco y nada. Comimos finalmente cosas que llevábamos en la mochila, entre ellas revueltos de frutos secos, barritas energéticas, mandarinas, …
Llegamos a Pokhara, y allí nos esperaban Suman y MªAlba, que llegaron en poco rato y que reservaron hotel. Suman vino a buscarnos a la estación, uno por uno, en su moto. Yo hasta octubre, no había montado en moto en mi vida, así que imaginad el respeto que tenía por montarme allí, que conducen como conducen. Fue una experiencia brutal que grabé en video. A nuestra izquierda, se intuían los lagos de Pokhara (ay!!…).
Llegamos al Hotel Crown, bastante bonito. Pagaríamos 700NPR por la doble. Desde la terraza se veían los lagos. Por eso, decidimos dar una vuelta por allí. Tras pasar por el súper y comprar cepillos de dientes muy baratos, llegamos al que para mí era un highlight del viaje: los lagos de Pokhara. Imponentes, bellos, magníficos. Suman alquiló una barca y remó hasta el centro, dónde hay un pequeño templo y algunos intentan venderte cosillas. Nos hicimos fotos, fotografiamos los lagos desde todos los ángulos posibles, y nos volvimos.
A la vuelta, intenté remar yo, pero aguanté no más de 5 minutos. Como cansa! Suerte que Suman volvió a coger las riendas, sino creo que aún estaríamos allí. Mientras, las chicas se divertían haciéndonos fotos.
Llegamos a tierra, y nos fuimos a cenar. Elegimos el «Once upon a time«, restaurante turístico pero de buena reputación. Yo comí carne con salsa, de la que me acordaría horas después. Bebimos vino y lo pasamos realmente bien. Al llegar al hotel, nos fuimos a la terraza y probamos el roxy, una especie de orujo típico nepalí. También probamos un vino que había traído Suman para el viaje. No estuvo mal, teniendo en cuenta que tanto Núria como yo teníamos pensado ni comer ni beber nada fuera de lo común…
… pero claro, eso se paga. A las 5 de la mañana me levanté al baño con una diarrea de campeonato. En esos momentos, el comienzo del trekking estaba en duda.
22 de noviembre – Primer día de trekking
Nos levantamos y realmente no sabía que hacer. Pasé por el lavabo de nuevo, y a pesar de tener un mal cuerpo de campeonato, decidí que teníamos que salir. Lo del trekking con MªAlba y Suman era una de mis mayores ilusiones en este viaje. Al final, tomé la decisión correcta.
Viajamos en taxi hasta Naya Pul, desde dónde sale el trekking de 4 días que íbamos a hacer. El taxi era minúsculo, y yo casi no cabía. La imagen provocó risas justificadas del taxista y mis compañeros de taxi. Pagamos 1200NPR entre los cuatro, valió la pena. A la llegada, me di cuenta que aquello volvía a ser un cambio importantísimo. Pokhara, a pesar de la belleza de sus lagos, es un sitio muy turístico. Allí en Naya Pul las cosas eran diferentes. Pueblo pequeño, gentes de verdad.
Desayunamos unas galletitas y una cocacola en un sitio precioso. Estábamos todos realmente animados y excitados con la idea de empezar a caminar. Mi barriga aguantaba como podía. Y salimos camino a Tikhedunga, primer punto de parada. No recuerdo cuántas horas fueron, pero no es una etapa difícil. El terreno es bastante rocoso al principio, lleno de puentes y se va convirtiendo en verdoso/frondoso. Es muy bonito caminar por esa zona.
En el camino comenzamos a coincidir con otros caminantes. También (sobretodo al principio) con muchos niños. Y gente en los pueblecitos, pero gente de verdad. Auténticos. Sonrientes. El viaje comenzaba a ponerse precioso. Comimos en uno de los pueblos intermedios, y mi diarrea hizo acto de presencia de nuevo. Tuve que ir al lavabo, y era de esos con agujeros. Y con diarrea. No sigo, ¿verdad? 😀 No me encontraba muy fino, así que pedimos arroz de nuevo. Al acabar, me senté al sol a descansar. Allí tuve una experiencia bastante interesante y que me guardo para mí. Algunos lo llaman meditación. El caso es que ese fue el punto y final de mi diarrea.
El camino siguió durante alguna hora más, y al final sobretodo llegaron algunas dificultades con algunas escaleras. Decidí ponerme música, llevaba el Iphone cargadísimo. Lo puse en modo random, y comenzó sonando (lo:muêso). Menudo subidón escucharlos perdido en las montañas! Lo mejor de todo fue cuándo después, comenzó a sonar mi carpeta de canciones infantiles, y sonó la canción de «Casimiro«! Me moría de la risa.
Llegamos prontito a Tikhedunga. Paramos al principio del pueblo, en la Shankar Guest House. La chica nos hizo un precio imposible de rechazar: 100NPR por pareja. Sí, 1€. Con agua caliente y todo. Conecté bien con la chica, tenía una mirada encantadora. Nos duchamos, pasamos de nuevo por el lavabo en mejores condiciones, descansamos un poco bajo el sol y disfrutamos de la soledad y la tranquilidad, hasta que un grupo de decenas de personas llegó al hostal. Nunca supimos de que país eran, entre Noruega y Holanda se quedó la cosa.
Por la tarde, un chico de la casa nos llevó por una ladera y subimos a una escuela. Allí conocimos a un profesor. Nos contaba cosas de la escuela, de donaciones que recibían y de cosas que enseñaban allí. La gran mayoría de cosas se las contaban a Suman y en nepalí. El hecho de ir con alguien nativo era una ventaja en casi todo, pero a la hora de comunicarse con la gente de allí era un ‘problema’. El caso es que subimos, algunas en chanclas y pijama, y luego bajamos de nuevo a cenar. En la cena descubrimos las patatas hervidas, que mezcladas con el arroz y la sal estaban muy ricos 🙂 Lo curioso de la cena fue ver que los precios de la comida eran unitarios en todos los sitios. Al igual que el precio de la habitación nos lo ofrecieron rebajado, la comida valía igual en todos lados. Un acierto.
Conversamos con Suman acerca de las diferencias entre España y Nepal, y fue una cena súper divertida. Esas risas nos las llevamos a la habitación, y allí tuvimos Núria y yo un ataque bastante importante. El buen humor, las buenas sensaciones, las risas, … el viaje se había reconducido de manera definitiva. Era hora de disfrutar.
23 de noviembre – El amor y las escaleras
Despertamos pronto con una ligera llovizna. Núria y yo hicimos el Camino de Santiago lloviendo, así que tampoco nos preocupaba mucho. Lo que no molaba tanto eran las 3280 escaleras (más? menos?) que teníamos que subir. Se suben muchos metros desde Tikhedunga hasta Ulleri. Y hacerlo a través de las escaleras, personalmente me destrozó. A la media hora tuve un bajonazo importante. Lo atribuía a la altura, pero en realidad eran las escaleras. Núria tuvo que llevar la mochila.
Por suerte, paramos pronto a desayunar. Y allí ocurrió algo que me llenó el alma. 2 niños pequeños, hermanos, estaban en la mesa sentados, y se me ocurrió ofrecerles cacahuetes (siempre llevamos algo salado cuándo hacemos esfuerzo físico). Les encantaron. Tanto que repitieron… una y otra vez. De repente, me vi enamorado de esos 2 niños. Sentía amor. Desayunamos y se me ocurrió preguntar a Suman si podía preguntar a la mujer del lugar si tenía una cuerda. Necesitaba asegurar mis pantalones, que se me caían a cada paso. La mujer (guapísima) entró dentro y salió con un cinturón. Explicó que no tenía cuerda, pero que podía llevarme el cinturón. Me lo regalaba. Flipé. Intenté pagarle lo que fuera, pero no aceptó. Me dejó totalmente anonadado con su bondad. Desde ese momento, utilicé el cinturón cada día, y se ha convertido en mi cinturón cuándo hago caminadas. Llevó un trocito del Nepal auténtico conmigo. Y el amor de esa mujer y sus hijos también.
Seguimos subiendo sin parar, escaleras y metros, y se produjo otra anécdota divertida. Al llegar a otra pequeña población, nos esperaba un grupo de 2 señoras y un señor. Allí, evidentemente, se saluda a todo el mundo con un «Namaste!«, y te cruzas una sonrisa. También algunas miradas que te dejan trastornado. El caso es que al llegar a su altura, el señor me miró y sin dudarlo, me dijo: «Salam malecum«. Hubo un segundo de silencio. En el segundo nº2, exploté a reír. Detrás mío, MªAlba y Núria casi se caen al suelo de la risa. El señor no entendía nada. Le expliqué que no era árabe, sino español. La barba le había confundido. Me pidió perdón, pensando que me había molestado. Le expliqué que todo lo contrario, y me pidió perdón 2 veces para compensar su error. Las señoras que lo acompañaban se morían de la risa.
Las vistas en esta etapa son geniales. Las nubes cubrían las montañas, habían algunas cascadas impresionantes (a la salida y en la mitad del camino) y el verde era muy intenso. También era frecuente (y lo sería los 2 siguientes días) cruzarse con burros de carga. Al no haber ningún tipo de comunicación por carretera, las cosas se mueven de pueblo a pueblo con burros o directamente lo cargan las personas. Algo bastante inimaginable en occidente.
Paramos a comer algo muy pronto, sobre las 11.30/12h. La señora, otra vez, era un encanto. Y allí le hice unas fotos a un perro que llevaba siguiéndonos todo el camino. Se hizo nuestro guardián. Era precioso! Tras comer, pasamos por una cascada flipante, dónde nos hicimos fotos todos, aprovechando para descansar (que subíamos más de 1000m de altura en un día) y antes de las 14h ya estábamos en Ghorepani. La parte final se hizo durísima, pues escogimos la Guest House más alta, el Hotel Hill Top. ¿Por qué? Porque la mañana siguiente queríamos subir al Poon Hill (3210m) de madrugada y quedaba un poquito más cerca.
Pagamos 200NPR por la habitación doble. Comimos (patatas y arroz!) por 300NPR, y más tarde cenaríamos patatas y arroz y una pizza de atún por unas 800NPR. Divertido fue pedir la pizza y pedirla sin especies, especias ni nada picante. Suerte de Suman! Descubrí también que, entre los potes de sal y pimienta, siempre cogía el de pimienta, y mis arroces lo que pedían era un poco de sal! 🙂
En el hotel había una campana que daba calor. Alrededor, porteadores y turistas como nosotros aprovechábamos para entrar en calor y para secar nuestras ropas, después de haberlas lavado. Fui yo quién sacrifiqué mis manos en agua fría para lavarlo todo. Después, Núria y yo decidimos bajar al pueblo a dar una vueltecita. Había un lugar con Internet (¿como llegará Internet hasta allí?) y decidimos pagar 150NPR para navegar un rato… bueno, para ver como se cargaban las páginas, jajaja… En 1 hora, mandamos 2 emails! Fue brutal, iba más lento que en España a mediados de los 90. Pero no nos enfadamos ni exigimos nada, simplemente nos daba la risa y aceptábamos la situación como era. Es más, tuvimos que llamar a la señora para pagarle, porque estaba perdida en la casa…
Volvimos al hotel, cenamos con Suman y MªAlba, ellos bebieron roxy y nos fuimos a dormir. Allí, la tontería una vez más. El buen humor, vamos. Y de repente, vimos una luna llena impresionante, que iluminaba el cielo y las nubes. Pelos de punta. Abrimos la ventana, con todo el frío del mundo, pusimos el cutre-trípode, la cámara, y comenzamos a hacer fotos. Las típicas fotos que cuándo las haces y las ves en la cámara piensas: «Fotones!» y luego resultan una pequeña decepción. Pero la imagen de ese momento es inolvidable.
Al día siguiente tocaba Poon Hill. Estuvimos casi rezando porque las nubes amenazantes no estuvieran la mañana siguiente. Sino, sería imposible ver los Himalayas con claridad. Y así nos dormirmos, sobre las 21h…
24 de noviembre – Poon Hill, el cielo del mundo
Nos despertamos a las 4:15h más o menos. Alguien nos picaba en la pared. Era MªAlba, que nos decía que mirásemos por la ventana. Ahhhhhhhh!!!!!!! La silueta de los Himalayas al fondo era estremecedora.
Nos levantamos a las 4:30h. La excursión al Poon Hill desde Ghorepani es mundialmente conocida. Se trata de una explanada, a 3210m de altura, dónde se ven los Himalayas de manera irrepetible si el día es claro. Ya sabíamos que no había nubes, por lo que la subida se hizo más corta de lo previsto. Son unos 45 minutos de escaleras y subida sin parar. Se hace con luces de linterna, ya sea en la mano o en la cabeza. La oscuridad es total, sólo ilumina la luna. Todo bastante poético, pero es que es así.
Llegamos al Poon Hill a tiempo, antes de que amaneciera. Seríamos unas 150 personas, más o menos. En la explanada hay un sitio para tomar té, y una torre de 2 pisos para subir y hacer fotos. La imagen, sólo con el reflejo de la luna, es indescriptible. A tu alrededor hay gigantes. Algunas de las montañas más altas del mundo están delante de tus ojos. Alargando la mano podrías tocarlas. Te sientes tan pequeño ante la grandeza de lo que ves, que tu mente no puede asimilarlo.
De repente, el Sol comenzó a salir y se oyó algún grito de emoción. Todos nos giramos hacía el lugar dónde salía. Y el escenario (porque no parece algo natural, sino el escenario de una superproducción) comenzó a iluminarse. Fotos y más fotos. Ni siquiera sentíamos el frío que hacía. Evidentemente, nunca había visto nada igual, y dudo que vuelvo a verlo. El día era clarísimo, ni una sola nube para enturbiar el momento (aparecería alguna horas más tarde). Hablamos con unos chicos franceses, que llegaban 16 días de trekking. Nos dieron envidia.
Estuvimos algo más de una hora disfrutando del momento. Tras las fotos de rigor en la señal que indica la altura a la que nos encontrábamos, volvimos al Hotel, pues había que salir camino a Ghandruk, el lugar dónde dormiríamos la noche siguiente. Núria y yo bajamos en un tiempo record, su barriga había mandado un aviso y había que volver pronto. Por suerte el aviso no fue grave, y tras comer un poco de arroz y patatas para reponer fuerzas, comenzamos de nuevo a caminar.
No tardaron en llegar las primeras cuestas y las primeras escaleras. Era una pesadilla inacabable. Pero cuándo llevábamos una hora caminando, llegamos al punto más alto y con unas vistas maravillosas, y a partir de allí el camino se hizo mucho más sencillo. Cogimos una piedra de ese lugar para Miguel, en el punto más alto del planeta al que nunca hemos llegado.
La bajada duró unas horas. En algún punto, el descenso era pronunciado y Núria no dudó en caerse hasta 2 veces. Le fallaron las rodillas, que le mandaban señales parecidas a las del Camino. Evidentemente, no se hizo nada y pudo continuar. También hubo un momento muy gracioso, en el que mi barriga necesitaba expulsar aire, y Núria comenzó a golpear con los palos en el suelo, para hacer ruido y amortiguar el sonido. Muchas risas.
Sobre las 12:30h paramos a tomar una cocacola y pude comprobar que mis botas estaban a punto de pasar a mejor vida. Varios agujeros la traspasaban, y aunque me venía bien que pasara el aire, no era lo idóneo para caminar. Decidí seguir sin pensarlo mucho. A las 13:30h llegamos a Tadapani, una pequeña población en la que compré unas galletas muy ricas, y tuvimos dudas de si parar o seguir hasta Ghandruk. El camino seguía por un bosque, y una señal bastante divertida nos advertía: «No camines sólo por la selva«. Decidimos seguir, por supuesto. Fueron 3 horas más de bajadas y terrenos verdes mucho más cómodos que los días anteriores. En algunos momentos duros, decidí escuchar Toundra. Funcionó.
Sobre las 16:30h (12h después de habernos levantado!) llegamos a Ghandruk. Núria me hizo un masaje excelente en los pies, cenamos caracolas y espaguettis con unas amigas de Malasia, y vi a un porteador que me recordaba a Karlos (lo:muêso), por la cara y sonrisa de buena persona que tenía. Tras la cena, el cansancio nos pudo a todos y creo que antes de las 20h estábamos durmiendo.
25 de noviembre – Último día de trekking y un poco de vino
Habían 2 caminos para llegar hasta el punto de partida. Decidimos coger el corto. No queríamos arriesgar a reventarnos y sufrir las consecuencias. Desayunamos y nos hicimos fotos con la gente del Breeze Guest House, dónde habíamos dormido. El camino de vuelta se nos hizo cortísimo. Menos de 5 horas caminando, ya que sobre las 13h estábamos de nuevo en el lugar de partida.
En esas 5 horas, varias anécdotas. La más simpática, con unos niños que nos pidieron algo para comer. Llevábamos revueltos de frutos secos. Cuándo pillaron las pipas de calabaza, comenzaron a comerlas sin pelar y casi se ahogan! Con que rapidez las devoraban. Les enseñamos como se comían y aprendieron rápido. Escuelas, niñas simpáticas, burros de carga, paisajes preciosos, una colonia de monos, … muchas imágenes por minuto. Comimos nuestro último arroz con patatas del trekking y al llegar a nuestro destino, nos sellaron los carnets del trekking. Lo habíamos conseguido!
Lo celebramos en el mismo lugar dónde habíamos empezado y de la misma forma: con unas galletas y unas fantas, cuyas botellas databan de 1994! Las reutilizan allí, se ve. Espero que el líquido no fuera de entonces… 🙂 Suman negoció un taxi de vuelta, pero el taxista no estaba en el lugar indicado. Caminamos durante algunos minutos, y al ver que el taxista había desaparecido por completo (brutal el nivel de confianza de los nepalís, Suman estaba convencido que estaría en algún lado), nos dejamos coger por el bus que hacía el recorrido hasta Pokhara. Era un bus local. Nos costó 100NPR a cada uno, y a pesar de que íbamos cargados, los amigos nepalís lo apañaron para hacernos un sitio en la parte de atrás del bus.
Allí sucedió algo totalmente cómico. A nuestro lado, 4 o 5 chicos jóvenes nepalís volvían a casa, imagino, después de la escuela. Uno de ellos, emo total, con un peinado moderno, se quedó dormido… totalmente apoyado en mí! Tuve un ataque de risa. Había leído por Internet que eso podía pasar y me pasaba a la primera! El amigo pilló hombro, apoyó la cabeza y ala, a sobar. Sus 15 minuticos buenos de siesta se pegó. Yo reía sin parar, de manera casi descontrolada al principio. Luego me acostumbré y casi me daban ganas de acariciarlo y cuidarlo 😀
Llegamos a Pokhara, y nos encontramos a unos chicos americanos que habían hecho el trekking largo, de 21 días. Buscaban hostal baratito. El nuestro, a pesar de costar 700NPR (7€ para 2 personas) se les escapaba de presupuesto, así que nos despedimos rápido, después de practicar un poco el inglés.
En el hotel, las duchas de rigor, y poco más reseñable hasta la hora de la cena. El día siguiente, Suman y Mª Alba se volvían al pueblo de Suman a preparar su marcha a España, así que era nuestra última noche juntos. Queríamos agradecerles lo mucho que habían hecho por nosotros, y nada mejor que una buena cena en un buen restaurante como el Moondance, recomendación de la Lonely Planet.
Cenamos de manera abundante y con 2 botellas de vino. Hablamos mucho, reímos más, y tuvimos momentos que definimos como «Chicken Skin«. Aprendimos incluso algún insulto en nepalí… o ¿qué significan las palabras manpaha y khaaaaaaaakhuuuu? También resbalamos un poco cuándo di a probar a Suman un trozo de la carne que me había pedido… era vaca! Disimulamos como pudimos, pero él mismo se dio cuenta de que había comido algo que no debía comer. Aprovechamos la wifi del restaurante para actualizar emails, y yo me sentí orgulloso de mis chicos en Aloud, tanto Sergi como Diego me mandaron emails tranquilizadores y me di cuenta que la empresa estaba en las mejores manos posibles.
La cena nos costó 52€ (2 botellas de vino de importación, carnaca, postres, …). Fue el momento más caro del viaje, pero fueron los euros mejores invertidos del mundo. Acabó la noche con un gran postre, un poco de roxy en el hotel, y nos despedimos de nuestros amigos. Nunca les podremos agradecer suficientemente el hecho de que quisieran compartir estos 4 días con nosotros. Y aunque nos daba pena decirles adiós, por otra parte, estábamos emocionados porque al día siguiente comenzaba nuestro viaje en solitario.
26 de noviembre – Los 4 ángeles
Primer día solos. Nos levantamos sobre las 7.30h, y nos fuimos a desayunar de nuevo al Moondance. Todavía teníamos presente la cena. Unas tostadas y un zumo, y las baterías cargadas para un día que no sabíamos muy bien como se iba a presentar. Teníamos claro que queríamos ir a la Pagoda de la Paz Mundial. Es una Stupa situada al otro lado del lago, montaña arriba. Muy arriba. La Lonely Planet hablaba de tres rutas diferentes. Una rápida (cruzando el lago en barca, que ya lo habíamos probado), una corta y una pintoresca, que duraba 2 horas. Ya sabéis cuál escogimos.
Comenzamos a caminar bordeando el lago. El Phewa Tal es impresionante, imponente. De una belleza y una paz casi sobrenaturales. Hicimos fotos de nuevo como si fuera el primer día. Mientras tanto, preguntábamos para llegar a la Pagoda… veíamos dudas, la verdad. Pero más o menos te iban indicando. Allí te empiezas a dar cuenta que llegas a los sitios porque tienes que llegar, porque indicaciones o señales… cero! Además, las indicaciones de la guía eran poco claras. Pero de alguna u otra manera, intentando seguir un mapa que había en una calle y preguntando a todo el mundo (sin que nadie hablase inglés, lo que lo hacía más inquietante), llegamos a un punto que indicaba: «STUPA«, y una flecha que hacía unos 10 zigzags y apuntaba arriba. Arriba había el bosque más bestia que yo recuerdo haber visto.
Dudamos, porque en ese momento dudábamos de todo, pero empezamos a subir. Nos adentramos en el bosque intentando seguir un camino lógico, pero no había! Cuándo llevábamos 15 minutos y las dudas nos estaban haciendo echarnos atrás, escuchamos las risas de 4 niñas que andaban por allí. No estaban en el cole ni en casa con sus padres, estaban allí en el bosque. Se reían, creo que de nosotros. Les pregunté por la Stupa. No contestaron. Más risas. Nosotros no entendíamos nada, así que decidimos bajar. Cuándo estábamos a punto de abandonar, vimos que las niñas seguían un camino que nosotros no nos habíamos atrevido a probar. De hecho, no era un camino, sino que era otra dirección… le pregunté a Núria: «¿Y si las seguimos?«. Por curiosidad, más que por otra cosa, comenzamos a seguirlas.
Ellas no decían nada y seguían avanzando, siguiendo trayectorias poco lógicas. El miedo y la desconfianza estaban más que presentes en nosotros. Nos veíamos atracados en algún poblado, la verdad. Pero por curiosidad las seguimos, sin decirles nada nosotros tampoco. No hablaban inglés, era lógico, tenían la mayor (y líder) unos 11-12 años, y la más pequeña no pasaba de 8 seguro. El caso es que de la curiosidad, pasamos a la esperanza. ¿Y si estas niñas nos llevasen a la pagoda?
Es posible que leas estas lineas y pienses que nosotros somos tontos y no sabemos guiarnos. Puede ser. A pesar de nuestra experiencia, ese bosque sin caminos definidos ni señales nos parecía impracticable. El miedo hacía mucho, claro. Pero no sé porqué decidimos seguir a las niñas… Cuándo llevábamos más de 1 hora (sí, más de 1 hora) caminando, les ofrecí agua y comida. No querían. Lo que sí que necesitaban era parar de vez en cuando. La pequeña iba en chanclas! Yo las miraba a los ojos y ellas rechazaban la mirada. Quizá tenían más miedo que nosotros.
En ese momento, cuándo el juego inicial había pasado, yo ya tenía claro que las niñas nos llevaban a la Pagoda de la Paz Mundial. Mi cabeza comenzó a delirar, lo reconozco. Me embargó una emoción que no podía controlar. Sobretodo cuándo, casi 2 horas después de haber entrado al bosque y comenzar a seguirlas, vimos al fondo la Pagoda. No recuerdo si lloré, pero es muy posible que sí. ¿De dónde habían salido esas 4 niñas para guiarnos y porqué lo habían hecho? En ese momento, se convirtieron para mí en los 4 ángeles.
A las 11:30h llegamos a la stupa. La lider y la pequeña nos acompañaron hasta arriba, las otras 2 se quedaron a unos 300m. Les ofrecimos una propina y no quisieron. Insistimos y aceptaron. A la lider le ofrecí comprarle algo de beber. Dudó, pero cuándo le ofrecí una cocacola se le iluminó la cara. Por una cocacola! Cuándo se la di, se emocionó. Yo estaba fuera de mi, no entendía como una persona tan pequeña había hecho un esfuerzo tan grande y sonreía de esa manera por una simple cocacola. Nos hicimos fotos con ellas y se fueron. En ese momento, les hubiera comprado Nepal completo si hubiera podido. Si me lo hubieran pedido, les hubiera dado un riñón o lo que les hubiera hecho falta. Estaba tan emocionado, que imaginé esta historia en un cuento y dudé (como sigo dudando) si esas niñas existían o alguien las había puesto en nuestro camino pero no eran reales.
Con el cuerpo estremecido y la emoción disparada, visitamos la Pagoda. Un bonito monumento, bastante moderno, y con una explicación que nos ayudó a entender algunas cosas. Coincidimos con la visita de un colegio y con una reunión de unos amigos budistas que nos sorprendieron por su naturalidad. Bajamos por el camino lógico de subida, el corto, con los budistas delante… De repente, empieza a sonar Shakira! Eran ellos con un móvil. Nos pareció sorprendente, la verdad. En esos momentos, no teníamos ni idea de si era correcto o no. Pero sus risas y bailoteos se los pegaron.
Llegamos al lago, e hice unas fotos a las chicas más guapas del mundo. Me pidieron 100NPR, pero me hice el longuis, claro. Decidimos alquilar una barca con unos chicos alemanes, así que pagamos poco menos de 200NPR por el trayecto. Remamos entre el chico alemán y yo. Fue difícil, la verdad, y suerte de la ayuda de una mujer tibetana que también iba con nosotros. Sí, éramos 6 personas ahí metidas 🙂
Llegamos a Pokhara, caminamos hasta el centro y nos fuimos a comer al Maya Restaurant. Comimos pizza, lasaña y unas patatas fritas. Estábamos perdiendo el miedo a comer allí, y se notaba. Por la tarde, teníamos pensado ir a Tashi Palkhel, uno de los asentamientos tibetanos más grandes de la zona. Allí está el Jangchub Choeling Gompa, un monasterio tibetano y budista. Para ello, pillamos un taxi a buen precio (500NPR ida y vuelta, el chico se esperaba allí a nuestra visita), e intentamos llegar sobre las 16h, hora en la que estaban en medio de sus cantos y oraciones.
Llegamos y entramos. Es espectacular! Yo seguía con la emoción desbordada, como si se hubiera abierto una fuente desconocida en mí. A pesar de que había un cierto olor a pies, estuvimos unos 10 minutos escuchándolos. Dejamos propina y salimos. Allí decidí meterme en un lugar pequeño, dónde había una rueda de oración gigante. Me daba corte entrar, pero un señor me invitó desde dentro. Entré. Giré durante unas vueltas, y a la salida, el señor comenzó a hablarme. Me dijo que vendía pulseras hechas por él. No dudé ni un segundo en comprarle una en blanco y negro. Le di 20NPR. Todavía no tenía claro cuánto le daba, la verdad, ni cuánto significaba para ellos. Hoy le hubiera dado hasta 10 veces más mínimo. Me lo agradeció con una sonrisa y se hizo una foto conmigo. Entre él y Núria me la pusieron, y nunca más me la he vuelto a quitar.
En ese momento, necesité sentarme para reflexionar sobre lo que estaba pasando ese día. Lloré. Estaba muy emocionado con la gente y con las situaciones que estábamos viviendo. Si el viaje seguía creciendo, no sé hasta dónde podría llegar. Visitamos el asentamiento, una pista de basket con un ying-yang pintado en el centro, y volvimos para Pokhara. Al llegar y a lo lejos, se veían el Mashapucchre (la montaña con forma de cola de pez). No era como el primer día, pero seguía impactando. Nos cruzamos con los amigos franceses del Poon Hill y con las amigas de Malasia, siempre simpáticas.
Queríamos acabar el día con un masaje. Habíamos leído acerca del proyecto Seeing Hands, masajes hechos por gente ciega. Lo encontramos, pero por desgracia, sólo tenían sitio para uno. Núria insistió en que yo me hiciera el masaje, que andaba emocionado perdido, pero creí conveniente que no nos lo hiciéramos ninguno. Entre otras cosas, porque en Kathmandú tenían otra sucursal, y habría tiempo de hacérnoslo los dos.
Decidimos volver al hotel a comer las 4 cosas que aun teníamos (galletas, frutos secos, etc…) y de camino, compramos un parche que ponía: «Trekking in Himalaya, Poon Hill – Ghorepani«. El nuestro. Es un recuerdo que algún día pondremos en nuestras mochilas. Nos costó 50NPR (50 céntimos de euro), y el chico nos echó bronca porque decía que era el precio de coste… sabíamos que no era así, estábamos comenzando a regatear de acuerdo a la tradición.
En el hotel no había luz y tampoco tele. Lo de los cortes de luz es más que sorprendente. El gobierno la corta durante unas horas al día, horas que fluctúan según la temporada. Según nos contaron, la energía es hidroeléctrica en Nepal, y en épocas de pocas lluvias, los cortes se hacen más grandes y son más molestos. Te acostumbras, claro, pero acabas dudando de si es una medida de ahorro o de si es una forma de controlar a la gente. ¿Qué haces a las 18 o 19h si no tienes luz? Vas a casa y duermes. Así no molestas. Y sin molestar, se acabó el día más bonito de todo el viaje.
27 de noviembre – 2 intrusos en Manakamana
Era sábado, primera semana en Nepal, y nosotros dejábamos Pokhara. Antes de volver a Kathmandú, queríamos hacer una parada intermedia y visitar Manakamana, un templo al que se accede a través de un teleférico. Pagamos nuestra habitación de hotel (1400 NPR por 2 días) y nos fuimos a por el taxi. Habíamos quedado con el chico que nos había llevado el día anterior al asentamiento tibetano, pero no apareció. Le dimos un margen de 20 minutos. Como no llegó, tuvimos que coger otro, que nos acercó a la estación de autobuses.
Allí, negociamos rápido. Nos pedían 250 o 300 NPR por persona… me puse serio, y cerramos en 150 o 200, no recuerdo bien, cada uno. Cargamos las maletas encima, cada uno la suya, y las metimos como pudimos en uno de los asientos del bus. El viaje sería de unas 4 horas. Fuimos bien hasta que en una de las paradas, un joven con pinta de estudiante, que se parecía a Javi de Bloomington, se quiso sentar dónde las mochilas. Nos la hizo quitar, y no tuvimos más remedio que llevarlas encima. No cabíamos!
Pero bueno, llegamos. Y al bajar… la mayor cola de la historia de las colas. No exagero si digo que habían cientos (o miles) de personas para coger el teleférico. Era sábado, día de sacrificios. Dice la tradición que si sacrificas un animal en sábado, tendrás hijos varones. La diosa Bhagwati tiene ese poder. Y esa es la razón por la que las cientos de personas allí congregadas, llevaban gallinas, cabras, palomas, … para sacrificarlas.
Llegamos a las 12:15h, y acabamos subiendo sobre las 15h. Entre medias, la mayor anécdota fue que vimos a Suman y a MªAlba! Habían pasado la noche anterior durmiendo arriba, y justo los vimos al salir. Fue una cosa muy extraña ver a alguien conocido en un lugar remoto de Nepal. La verdad es que la espera fue cansina, hacía calor, y encima la persona que nos seguía en la cola era un raro! No paraba de tocarnos cuándo dábamos unos pasos. Hubo algún momento que me hizo perder los nervios. Por suerte, para retomar la calma miraba a los ojos de alguna chica hindú que también andaba por allí.
Núria estuvo toda la cola diciéndome si no habría que comprar la entrada antes. Yo, que para estas cosas soy tímido, le decía que no, que se compraría al llegar. Bien, cuándo llevábamos más de 2 horas y media, y quedaba poca cola, salí a mirar los tickets… y al comprarlos, me llevé la ‘agradable’ sorpresa que los turistas podíamos saltarnos la cola. Tremendo! Nos costó 2100NPR (15$ por persona) subir, bastante caro para lo que es el país y para lo que les costaba a los nepalís (390NPR cada uno). Pero claro, nos saltamos el último trozo de la cola y nos subimos en el teleférico.
Nos tocó con 3 chicas y un chico de Lumbini, la ciudad dónde nació Buda. Se mostraron muy interesados en nosotros, querían saberlo todo 🙂 Fue bastante divertido cuándo nos preguntaron si éramos budistas, y al decirles que no, que éramos cristianos, fliparon y dijeron: «Ala, que guay!». Lástima que los perdimos pronto de vista. Llegamos arriba y fuimos directos al Hotel Sunrise, una vez más recomendados por la Lonely. Era un hotel bastante cutrecillo, pero es que no había más. Cerramos precio en 900NPR la noche, habitación con baño. 9€ por 2 personas… seguía siendo barato, aunque sabíamos que al ser sábado y ser turistas, el precio estaba muy hinchado. Además, no entendíamos nada de lo que nos decía el chico. O su inglés era muy raro o era el nuestro, pero no había manera de entendernos 🙂
Salimos a buscar el templo, y al llegar allí, otra explosión de sensaciones. Olores, colores, sonidos… Lo recuerdo como un caos absoluto. El templo de Manakamana es muy bonito y está bien cuidado, pero había tanta gente que casi se hacía difícil fijar tu atención en el templo. De hecho, más difícil fue cuándo nos dimos cuenta que éramos los únicos turistas allí presentes. Y claro, la gente comenzó a hacerse fotos con nosotros. Primero conmigo, luego con Núria, luego con los dos… Inexplicable 🙂 Respondimos con la mejor de nuestras sonrisas, por supuesto. Dimos una vuelta por la plaza, vimos el lugar dónde sacrificaban los animales, y como es tradición, no pudimos entrar el templo al no ser hinduistas. Una pena.
La guía hablaba de 3km para llegar a una cueva llamada Lakhan Thapa Gufa. Eso son 45 minutos a nuestro paso. Decidimos intentarlo, a pesar de la hora. Incluso un militar nos dijo que en menos de 20 minutos llegaríamos. Cuándo llevábamos 1 hora caminando, y una señora nos hizo un gesto de «esta tan lejos que no llegaréis nunca», decidimos parar. Hicimos unas fotos de la puesta de Sol y decidimos volver. Nos cruzamos con una familia que tenía 3 horas, 3, para llegar a casa, por un camino de tierra que bordeaba la montaña. Me impresionó. También me gustó la simpatía y la sinceridad que transmitía la gente con la que nos cruzábamos en las casas. Su «Namaste!» sonaba real.
Al llegar de nuevo a la plaza, nos sentamos a la orilla de un árbol, que estaba en la zona alta y nos daba una visión bastante espectacular. Estuvimos un buen rato en silencio disfrutando de los sentidos. Fue un momento precioso, no hacía falta decir nada. Hicimos fotos de niños que jugaban con el fuego, y nos sorprendió ver la cantidad de gente que todavía había haciendo cola. Al final, nos fuimos al hotel a cenar. Evidentemente y vistas las circunstancias, cenamos arroz hervido. No valía la pena arriesgar, aunque eso sí, unas mandarinas de postre cayeron. En el pueblo había mucha gente vendiendo mandarinas en la calle, y no pude evitar la tentación de comprar 1 kilo.
Tras la última vuelta al pueblo, totalmente de noche, nos fuimos a dormir, con tan buena suerte que la tele funcionaba con el generador eléctrico, y pudimos dormirnos viendo alguna serie de humor y sabiendo que Rafa Nadal había ganado un partido en un torneo que ni sabíamos cuál era 🙂
28 de noviembre – Vuelta a Boudhanath
Nos despertamos a las 5:30am. Un chico pasó gritando que había agua caliente. Ya nos habían avisado que pasarían,… pero tan pronto no! A partir de entonces no pudimos dormirnos, pues un amigo en otra habitación tenía una teleserie puesta a todo volumen. Al final, a la hora de ducharnos, el agua caliente no funcionaba. Vino un simpático señor a arreglarlo, que no hablaba nada de inglés. Fue cómico. Duchita, y nos subimos a la terraza a desayunar. Pedimos pan de pita con mantequilla y mermelada, en un desayuno bastante interesante. En mitad del desayuno, un niño subió a tender la ropa, y tuvo problemas con el andamio dónde la tendía… y yo le ayudé a colocarlo bien.
Volvimos a la plaza una vez más, a disfrutar del ambiente y hacernos más fotos para llevarnos de recuerdo. Algún nepalí que otro también se llevó de recuerdo una foto con nosotros 🙂 Al final bajamos a coger el teleférico, esta vez sin colas. En 5 minutos ya estábamos subidos. Atravesamos las montañas con una niebla espectacular. Y al llegar, tocaba buscar un bus que nos llevase a Kathmandú, que nos cogiera las mochilas, etc… Fue más rápido de lo esperado, sólo pasaron 5 o 6 y ya estábamos subidos.
En el viaje pasaron cosas curiosas. Una señora iba con abrigo!!! Con el calor que hace allí, dónde (evidentemente) va más gente de la que debería. Aproveché una parada para fotografiar el bus, y de paso para mirar que las mochilas seguían arriba. Compramos una patatitas para poder sobrevivir al hambre que teníamos, el viaje duró cerca de 4 horas. Lamentablemente para los autobuseros, la policia nos multó por llevar a chicos arriba en el techo del autobús. Parece que lo están prohibiendo.
Al llegar a Kathmandú estábamos bastante perdidos, pues paramos en una de las estaciones de autobuses y no sabíamos dónde era. Allí surgió la amabilidad nepalí una vez más. Un chico nos ayudó a coger los 2 autobuses que nos llevarían al barrio de Boudhanath. Por fin estábamos en casa. Nos fuimos a buscar hostal, siguiendo las recomendaciones de nuestra guía, y acabamos en el Lotus Guest House. Lo lleva un señor mayor, budista, y como comprobaríamos después, aficionado a tomarse algún que otro trago. El sitio es bonito y sobretodo tranquilo. Debe tener unas 20 habitaciones, no más, y un pequeño pero acogedor patio con árboles y mucho verde. Incluso pude quedarme ensimismado con una ardilla que correteaba por allí.
Salimos del hostal con la tranquilidad de tener casa y nos fuimos a comer. Acabamos en el sitio recomendado (una vez más) por la Lonely Planet, pero lo cierto es que acabaríamos descubriendo lo que se convertiría en nuestro segundo hogar: el Flavor´s. Ese primer día, comimos en la terraza, contemplando la Stupa. Núria comió spaguettis y yo una hamburguesa. Es un sitio de comida occidental, como podréis comprobar. Esa seguridad, a nuestras barrigas, les vino muy bien. Eran las 17h y ya estábamos cenando!
Estábamos bastante cansados, así que gastamos nuestras últimas fuerzas en dar vueltas a la Stupa. Es costumbre entre los tibetanos y budistas que viven en el barrio, rezar dando vueltas a la Stupa y girando las ruedas de oración que están a los lados. En momentos de máxima afluencia, hay centenares de personas dando vueltas. Para mí es el mejor sitio del mundo, nunca he estado en un lugar en el que se respire tanta paz, aunque eso lo descubriríamos días después.
Esa noche, lo que nos sorprendió fue una ofrenda de comida que se estaba haciendo en uno de los laterales de la Stupa. Los budistas estaban sentados, y la gente alrededor rezaba con ellos. Otros tiraban comida. Otros daban un donativo. Todo sorprendente, y en todo caso, difícil de comprender para nosotros. Allí nadie hablaba inglés de manera fluida como para explicarnos nada. Quizá tampoco hacía falta: mirar, sentir, comprender. Con eso bastaba.
Nos fuimos a dormir pronto, pero 2 cosas pertubarían nuestro sueño. La primera, una araña de dimensiones desconocidas para mí. Lo segundo, los rezos de los monjes que estaban en el monasterio colindante al Lotus. Aún así, como no, nos dormimos.
29 de noviembre – No me importaría morir en Pashupatinath
Otra vez nos despertamos a las 5am! Esta vez fueron los rezos de los monjes. Con el paso de los días nos acostumbraríamos, pero así de buenas a primeras… el ruido de las trompetas y los gongs nos dejaron despiertos un buen rato. Me duché fuera de la habitación casi a oscuras. Estábamos en pleno corte de luz. Aun así, lo haces. Te duchas, te vistes, y la vida sigue aunque no tengas luz.
Nos fuimos a desayunar al Flavor´s, comenzando nuestra relación de amor que duraría hasta el final. Esa mañana queríamos ir a Pashupatinath, quizá el principal templo hindú de Nepal. Está a orillas del río sagrado Bagmati, y dicen que es el paso de los hindús cuándo mueren a la reencarnación. Se puede ir caminando desde Boudhanath, no tardas ni 1 hora. Tardarías menos si el camino estuviera señalizado, pero eso de señalizar bien las cosas no va mucho con los nepalís 🙂
Recorrimos la Ring Road hasta llegar a Chabahil, un cruce importante dónde se pueden coger muchos autobuses. En el camino, nos entretuvimos haciendo muchas fotos: niños, trabajadores, colegios… Preguntando y preguntando (no queda otra), nos encaramos en el camino hacia Pashupatinath. Al llegar, los amigos que están pendientes de los turistas para pagar la entrada, hicieron su trabajo, y pagamos 1000NPR para entrar (5€ por persona).
Entramos a la zona del templo, ya que al templo no podríamos entrar por no ser hinduistas, y lo hicimos descalzos. Los policias venían corriendo a decirnos que no hacía falta, pero nos gustó ser respetuosos, ya que todo el mundo iba descalzo. Comenzamos a pasear por la zona, y por supuesto, los nepalís comenzaron a hacerse fotos con nosotros. Me costaba creer que tan cerca de la capital, todavía fuéramos una atracción para la gente local. Pero lo éramos.
La zona es impresionante, puedes gastar sin problemas toda una mañana recorriendo monumentos y viendo como preparan las cremaciones. Nosotros acabamos sin quererlo a pies de una escuela. Y claro, fuimos la atracción para los niños. Máxime cuándo vimos a unos cachorros de perros. Estuve jugando con ellos (niños y cachorros) un ratito, y Núria me hizo mi foto favorita del viaje.
Por desgracia, en Pashupatinath o llevas alguien que te lo explique, o te pierdes muchas cosas. Y casi por casualidad, un chico empezó a hablarnos. Sabíamos a lo que venía: te hacen de guía un ratito y luego te piden una propina. Nos dejamos, porque creímos que nos interesaba. Casualmente nos tocó un buen guía, estuvo más de 1 hora y media con nosotros! Nos llevó de nuevo a ver toda la zona, nos juntamos con una cremación (sí, estaban quemando un cadáver delante nuestro) y nos explicó lo que significaba para ellos, nos habló de dioses, de los monumentos, de los Sadhus, … de todo. He de decir que nosotros pillábamos la mitad, primero por nuestro inglés, segundo porque el listado de nombres, sobretodo de dioses y diosas, era imposible de retener. Pero aun así, lo pasamos bien aprendiendo sobre una cultura tan alejada de la nuestra.
Incluso estuvimos en un hospital que está a orillas del templo, un hospital dónde la gente mayor va, simplemente, a morirse para estar lo más cerca posible de Pashupatinath. Impresiona mucho ver a tanta gente esperando su hora. Le dimos 1000NPR a nuestro guía. Es muchísimo dinero, mucho. La guía recomendaba 200-300NPR, pero nos gustó mucho. Nos lo hubiéramos llevado con nosotros todo el rato, era simpático y sabía muchísimo de todo.
Cuándo se fue, volvimos a pasear por la zona (a aprovechar el pago de la entrada) y vimos como estaban acabando de quemar al hindú de antes… debía ser alguien de dinero, según nos dijo el guía, ya que lo quemaban en la zona para ricos. Luego, paseando, vimos coches y mucha gente bien vestida que aparentaban no pasar problemas para comer. El río Bagmati estaba realmente sucio, todo olía como a pollo quemado, y uno no acaba de acostumbrarse al hecho de que allí están quemando cuerpos humanos. Lo que es la religión, ¿verdad?
Volver no fue fácil, una vez más, por la falta de indicación. Además, cada uno te enviaba por un camino. Por momentos te ríes, hay otros momentos que no lo entiendes, y eso te hace dudar. Al final volvimos y llegamos de nuevo a nuestro barrio. Nos fuimos a comer al Cafe Du Temple, por probar. Pronto nos dimos cuenta del error. El karma de ese sitio no era el correcto. Pedimos pizzas, pero al poco rato aparecieron invitadas unas amigas que no nos gustan: unas avispas! Lo peor fue cuándo una de ellas se metió en mi cocacola, muriendo ahogada. A pesar de que las vistas eran preciosas, el lugar no nos gustó. Pagamos y nos fuimos a dar vueltas a la Stupa.
Esa tarde la dedicaríamos a visitar monasterios y templos tibetanos en nuestro barrio budista. Gracias a un mapa de nuestros amigos de Responsible Treks todo fue más fácil, os recomiendo pedírselo si queréis hacer esta visita al barrio de Boudhanath. Comenzamos en nuestro propio hostal, el Lotus, descansando y tomando el solete. Después pasamos por muchos monasterios, el Pal-Nye Gompa, Tharlam Gompa, Shechen, … pero fue en el Shelkar Gompa dónde nos pasó algo increíble: nos invitaron a entrar, tomar asiento, y entonces nos invitaron a té. Fue un momento emocionante. Todos nos miraban, especialmente los niños. Este monasterio está muy alejado del centro del barrio, y entendimos que no mucha gente debía ir. Fueron muy amables, y el té estaba muy rico! Nos despedimos con una propina, por supuesto.
Fue una tarde que cundió bastante, a nivel de visitas, aunque a mí se me iba creando una idea en la cabeza, y era que los monjes budistas eran bastante aburridos. Recuerdo que iba con una idea y que esa idea iba cambiando por momentos. Los monjes son amables a la hora de dejarte entrar en su casa, incluso te invitan, pero luego ni te hablan, ni te miran, ni te atienden. Con el tiempo he aprendido que el error fue nuestro, de esperar mucho de ellos, cuándo realmente los que estábamos interesados en ellos éramos nosotros. Deberíamos haber hablado con ellos, haber preguntado, haber hablado. Pero no fue así, y me llevé una idea equivocada. Aun así, la vida allí dentro no debe ser fácil.
Ya de noche, vimos como un grupo de japoneses entraba dentro del recinto de la Stupa. A la Stupa no se puede subir, salvo en contadas ocasiones, según pudimos comprobar. Entramos con ellos, y vimos como se iban hacia arriba. Eran un grupo organizado. Llegados a un punto, intentamos colarnos con ellos… y lo conseguimos. Así como si nada, estábamos arriba de la Stupa! Que emoción. Incluso conseguimos llegar a lo más alto que dejan, que en mi caso fue tocar la Kumbha, la ‘olla de arroz girada’ que representa el agua. Hicimos decenas de fotos que, por supuesto, no salieron bien al ser de noche, pero daba igual. La sensación de estar allí arriba es indescriptible.
Al bajar, nos fuimos a cenar al Flavor´s, como no. Yo me comí un steak y Núria una hamburguesa. Los camareros no entendieron muy bien su concepto de «no me pongas ni picante, ni especias ni especies ni nada raro», pero aun así cenamos bien. Sin más, y con la sensación de haber pasado otro gran día, nos fuimos a dormir, no sin antes pasear y disfrutar del silencio de las calles de Boudhanath.
30 de noviembre – Llegamos en 10 minutos
Las trompetas volvieron a hacer de las suyas, pero esta vez dormimos hasta las 7am sin problemas. Nos fuimos a desayunar al Flavor´s, esta vez con un añadido: queríamos conocer el resultado del Barça-Madrid! En España eran las 3am y el partido se acababa de disputar. En el Flavor´s hay wifi, y con los Iphones la verdad es que era un gustazo enterarse de todas las noticias de tu país. Y sí, el partido quedó 5-0, y me gané unas buenas risas por parte de Núria 🙂 Nuestro desayuno se compuso de bagels y tostadas. Qué gran sitio para empezar el día con fuerza.
Volvimos al Lotus y dejamos allí una de nuestras mochilas. Una de las cosas buenas de Nepal es que están preparados para los turistas mochileros, y tú puedes dejar tus mochilas guardadas en un hostal varios días sin temor a que le pase nada. Nosotros nos íbamos 2 días, pues Suman y MªAlba nos habían invitado a una puja, un ritual religioso hindú en el que se hacen ofrendas y que se puede celebrar en casa. Era una buena oportunidad de conocer más de cerca la religión de nuestro buen amigo nepalí.
El caso es que una mochila se quedó en el Lotus, y nos fuimos con la otra pequeña. Como habíamos quedado a las 15h, por la mañana decidimos visitar el templo de Gokarna Mahadev. Nos enteramos de que un ‘bus’ (entenderéis lo de las comillas) llevaba hacia allí y nos dispusimos a buscarlo. El bus era una furgoneta, una ‘vanette’, y no os voy a engañar, estábamos 23 personas dentro de la furgoneta! Que risas, por favor. Totalmente embutidos, llegamos al templo. Es una pasada como en los buses, los que recogen el dinero siempre están atentos al turista para indicarle dónde debe bajar. Evidentemente, no hay paradas ni nada por el estilo, o te avisa el amigo que cobra o te puedes estar horas dando vueltas.
En el templo no había nadie. Es un templo de estilo newar, con algunas tallas de madera muy recomendables. Un señor de allí me cogió la guía para ver el idioma, e intentó leer algunas palabras en castellano. Muy simpático. Por allí, el río Bagmati pasa limpio y hay unas explanadas perfectas para descansar y hacer fotos. El bosque de Gokarna está cerca, lástima no tener tiempo para habernos perdido en él.
Decidimos volver a Boudhanath caminando. Hay una ruta que pasa por el monasterio de Kopan y acaba allí. Al menos, eso pone la guía. El resultado como podéis suponer, fue otra vez perdidos y con dificultades para llegar al barrio 🙂 Empezamos siguiendo las indicaciones, pasando por un colegio de niños súper simpáticos, y a partir de ahí llegó de nuevo el caos. Andamos durante horas y pasamos por 4 o 5 monasterios. Curiosamente, no llegamos a pasar por Kopan 🙂 Eso sí, estuvimos en otros que aunque desconocidos eran preciosos. Nos gustó un letrero que decía: «Este templo y sus alrededores están dedicados al trabajo y la meditación. No picnic, música, fumar… Por favor respeta este entorno«. Incluso en uno de los monasterios, estuvimos tomando algo cerca del bar. Una vez más, los monjes fueron agradables pero no todo lo que nos hubiera gustado dada la situación.
De una manera u otra, acabamos llegando a Boudhanath. Reconozco que al final acabamos pillando un taxi, que nos costó 100NPR. Días después descubrimos que cogimos el taxi cuándo ya estábamos en el barrio, y entendimos la sonrisa del taxista. Al llegar, fuimos a comer al Double Dorjee, y creo que esa pizza con vegetales acabaría pasándome factura horas después.
Quedamos con Dani (el chico de la agencia), con Neus (que está allí de voluntaria) y con MªAlba a las 15h. Dani apareció, las chicas llegaron más tarde. Nos fuimos al Bakkery a tomar un café. Después llegaron ellas y nos fuimos en taxi hasta Lubhu, la ciudad de Suman y su familia. Esa noche la íbamos a pasar en un refugio que está ‘cerca’ de Lubhu, y que Suman nos recomendaba. Al día siguiente volveríamos a Lubhu para la puja, y regresaríamos a Kathmandú.
El viaje en taxi nos costó 500NPR, 5€, y la verdad es que tardamos un buen rato. Nos seguía sorprendiendo lo barata que es la vida en Nepal. Al llegar al pueblo, muy bonito, compramos algunas tonterías para comer y tras pillar un bus, que nos dejó lo más cerca posible de nuestro destino, comenzamos a caminar. Nadie sabía dónde íbamos ni lo que tardaríamos. Suman había subido en moto y era la única referencia. El camino fue infernal, porque a las cuestas había que sumarle un tremendo dolor de barriga del que os habla. Pero de los chungos. Suerte que no comí comida nepalí que el bueno de Suman había traído para nosotros. Por momentos, pensábamos que no estábamos yendo a ningún lado. Era de noche, muy muy oscuro, y el camino no llegaba a su fin. Evidentemente, sin señales 🙂 Lo mejor era cuándo le preguntábamos y nos decía: «Quedarán máximo 10 minutos«. Fueron 2 horas o más.
El caso es que llegamos, y la casa era muy bonita. Íbamos a dormir en una especia de bungalows en forma de tiendas de campaña. Hacía bastante frío, y yo me refugié en el lavabo, era una urgencia absoluta. Me sorprendió encontrarme un lavabo occidental y papel de water. Todo muy limpio. Con el descanso que supone liberarte del alien, estuvimos de risas un buen rato mientras llegaba la cena. La cena tardó mucho rato, y al final comimos dal bhat, todo un clásico.
Antes de dormir, pasamos un rato al fuego, para entrar en calor, y cada uno durmió en su tiendecita de campaña. El frío lo combatimos con mantas y calor corporal. Lo malo era que en menos de 5 horas, nos despertábamos para ver la salida del Sol.
1 de diciembre – KO
Y así fue, nos levantamos a las 5,30h. Tuvimos que caminar una media hora hasta un punto dónde se veía la salida del Sol. Yo seguía pachucho. La verdad es que todo fue un poco raro, pero el sitio era precioso. A la vuelta hicimos fotos a los Himalayas nevados y vimos que las nubes estaban bajas y dejaban imágenes preciosas. En la casa, el desayuno fue brutal, lástima que yo no pude disfrutarlo. Mi barriga andaba de nuevo haciendo el tonto, me encontraba realmente mal.
Y así afrontamos la bajada, que si bien no duró tanto como la subida, no estuvo mal. La amenicé con charlas con Dani y con Núria. Llegamos a Lubhu tras volver en el bus, y nos fuimos directos a la casa de Suman. Nos dieron la bienvenida y conocimos a sus padres. Majísimos. En la tele daban fútbol español. Núria y Neus se fueron a vestir con trajes típicos para la puja. Nosotros nos fuimos a la terraza dónde se iba a hacer la ceremonia religiosa. Yo estaba fatal. Al dolor de barriga se sumó el frío que tenía, y eso que daba un sol espléndido en esa terraza. Así que tras unas cuantas fotos, y con la mala cara que tenía, MªAlba me ofreció su cuarto para dormir un rato. Eso me salvó la vida, porque realmente estaba KO.
Durante las 3 o 4 horas que estuve en la cama, Núria y el resto estuvieron presentes en la puja. Al no entender mucho, Núria me dijo que fue curioso pero quizá también algo aburrido. Aun así, muchas risas, sobretodo cuándo les pusieron la tika, ese símbolo hindú que se pone en la frente y que representa el tercer ojo o el ojo de la mente.
Yo desperté tarde, justo para volver a Kathmandú. Volvimos en bus, que nos dejó bastante lejos del barrio, así que cogimos un taxi. Fue quizá el taxista que peor condujo de todos, menudo rally se pegó el amigo. Aun así, llegamos sanos y salvos, y tras despedirnos de Dani y Neus, nos fuimos al Lotus de nuevo. Pasamos por un monasterio budista totalmente iluminado por velas, precioso. El señor del hostal nos dejó una nota, que nos daba una habitación individual, pues doble no le quedaban. Así que Núria y yo tuvimos que dormir en una cama individual. Fue divertido. Eso tras cenar unas barritas de cereales que, por suerte, acabaron de asentar mi maltrecho cuerpo.
2 de diciembre – Dhulikhel, un pueblo de verdad
Para los siguientes días, planeamos irnos a pueblecitos cercanos a Kathmandú, y dejar la ciudad para los últimos días. Nuestra idea era, la última semana, vivir en Boudhanath como si realmente no estuviéramos de vacaciones y sí viviendo en Nepal. Para entonces, ya ni siquiera oíamos las trompetas y los cantos que empezaban a las 5 de la mañana, estábamos acostumbrándonos!
Desayunamos en el Flavor´s un croissant con bacon. Mi barriga parecía responder bien. Fuimos caminando a Chabahil, para allí coger el bus hacia Dhulikhel. Finalmente fueron 2, uno nos llevó al cruce de Koteswor por 20NPR, y ya el segundo nos llevó directamente a Dhulikhel por 100NPR. Fue un poco tongo este segundo bus, pero no pude hacer más. Los viajes en bus nos gustaban, es una forma muy cómoda de moverse por Nepal sin mayores complicaciones. Imagino que ir en taxi a todos lados será más cómodo, pero acabas por vivir otra realidad diferente a la que allí se vive. El bus, o los tuk tuks, o las pequeñas furgonetas habilitadas para transportar gente, es la forma en la que ellos se mueven, y a nosotros nos encantaba.
Llegamos a Dhulikhel y el panorama había cambiado de nuevo. Estábamos en un pueblecito y eso se nota en las miradas de la gente. No parecía ser un sitio muy turístico. Nosotros comenzamos a caminar buscando un sitio para dormir. Nuestra idea siempre era la misma, asegurar el sitio para dormir y a partir de ahí visitar el lugar. Caminando, nos quedamos con la idea de que el pueblo era un poco feo. Aunque nos perdimos para variar, al final encontramos una indicación (sí, una señal) que indicaba el camino hacia el Panorama View Lodge, la recomendación de la guía. Es un refugio en plena montaña a 2km del pueblo. Caminamos bastante y casi nos sorprendimos cuándo apareció entre la nada. Cerramos la noche en 900NPR (9€) para 2 personas. La habitación hacía esquina y la vista era muy bonita, una vez más los Himalayas estaban al fondo.
Nos fuimos a caminar y ver cosas. En esos momentos, Núria tuvo uno de sus únicos momentos de bajón del viaje. Fue tras ver el llamado Kali Temple, que resultó ser un fiasco total y absoluto, pues estaba en ruinas y estaba tomado por el ejército! Comimos en el Deurali Restaurant, un sitio extraño, demasiado tranquilo, con un camarero muy tímido. Comimos macarrones, patatas fritas y arroz. Nos gastamos 400NPR. En esos momentos nos sentimos muy raros, ¿y si de repente lo que nos quedaba de viaje iba a ser igual todo el rato? Entre la sensación de pueblo feo, la comida rara, el templo fallido… Por suerte nos equivocamos.
De ese momento de bajón, salieron fuerzas para volver a visitar el pueblo. Estábamos a unos 3km de distancia, más o menos. Descubrimos que unas escaleras nos llevaban directos abajo, y las utilizamos. Y de paso, vimos un buda gigante (pero gigante), que ha sido construido hace poco pues ni siquiera salía en nuestra guía. Tan gigante como feo, debo decir, no sé si merece la pena ver este tipo de nuevas construcciones. Bueno, a nosotros no nos gustan.
Llegamos al pueblo y nos gustó mezclarnos entre los lugareños. Niños y ancianos, sobre todo. Las cosas volvían a ponerse bien. Incluso unos niños en las escaleras, al decirles que éramos de España nos dijeron: «Los ganadores de la Copa del Mundo!». Es increíble que algunos conocieran España por eso. No fueron los únicos en todo el viaje. Un amigo bastante colocado ¿pegamento? insistió en ser nuestro guía, y no le dejamos. Fue entonces cuándo pasamos a una parte de Dhulikhel que no habíamos visto por la mañana, la parte antigua, y ahí descubrimos un pueblo especial. Las casas, los porticos, las ventanas… todo era precioso! Qué bonito!
Nos dejamos llevar, casi sin mirar la guía, contemplando todo lo que allí veíamos. Era muy auténtico. Especialmente nos gustó una casa que estaba a punto de caerse, o daba esa sensación. Vimos templos e hicimos muchas fotos de la gente. Algunos estaban sentados en el suelo jugando a cartas, otros miraban desde las ventanas. Era un lugar muy poético. Por supuesto, los niños jugaban en la calle y las cabras y vacas campaban a sus anchas. Tanta autenticidad y tan bonito lugar nos devolvieron las buenas sensaciones que el viaje nos estaba dando. Necesitábamos una visita como la de Dhulikhel, en la que coincidimos con 5 turistas (¿alemanes?) y nadie más.
Animados, cuándo volvíamos al hostal, nos paramos en un sitio que hacían pasteles y donuts. Riquísimos!!! Hubiéramos comprado la franquicia de haber podido, eran muy baratos y estaban hecho a mano y al momento. Eso nos dio fuerzas para seguir el camino al hostal. En el camino más fotos y más imágenes de esas imborrables. Yo acabé haciéndome una foto con un tipo cuya cara me gustó. Representaba bien la autenticidad de ese pueblo. Lástima que me pidió propina y se llevó sus 100NPR 🙂
Llegamos al hostal y nos dimos cuenta que, por supuesto, éramos los únicos huéspedes. Núria bromeó todo el rato con la idea de que entrasen a matarnos… tranquilamente podía pasar y nadie se daría cuenta! Por suerte eso no sucedió. Tras hacer unas cuantas fotos desde la terraza del hostal, con las vistas de los Himalayas por enésima vez, bajamos a cenar. Yo elegí fatal, una sopa al limón con pollo que estaba horrible. Núria pidió pizza, y tampoco tuvo suerte, tenía toda la pinta de pizza congelada. Aun así nos trataron muy bien y fueron muy amables. Eso no quita que fueran las 19.15h y ya estuviéramos metidos en el sobre.
3 de diciembre – Bhaktapur, un rincón para perderse
Dormimos prácticamente 12 horas! Nos levantamos a las 7. Aunque había intención de intentar ver la salida del Sol, no tuvimos voluntad suficiente. Las vistas por eso eran muy bonitas.
Nos fuimos a desayunar al señor de los donuts. Comimos 4 donuts y un trozo de bizcocho. Ya entonces le pedí el nombre y la dirección, por si alguno que leyera este diario visitaba Dhulikhel. Me dijo que se llamaba Himalayan Bakery Production. Que pondría el título en breve. Espero verlo en unos años en la Lonely Planet. El desayuno fue con invitados. Nos sentamos en las mesas al aire libre, y allí varios estudiantes nos acompañaron. Les preguntamos por la música que nos ponían en sus móviles, tradicional nepalí.
Nos dimos la última vuelta por la zona antigua una vez más, estábamos bastante enamorados del lugar, y a las 9:00am cogimos el bus camino a Bhaktapur. Nos costó 20NPR a cada uno. En el bus, una vez más, únicos turistas y coincidimos con unas personas especiales: disminuidos psíquicos. Especialmente una señora, difícil de olvidar. Cogía la mano de Núria como si fuese amiga suya. Le enseñaban fotos. Le hablaba en nepalí sin parar. Núria sólo sonreía, evidentemente no entendíamos nada. Nos pedía que la hiciéramos fotos, a ella y a sus hijos, también disminuidos. También quería fotos para el abuelo, que a mí me recordaba a Franco Napiatto. Fue muy bonito ver el cariño con el que nos trataban, intentamos devolverles lo mismo con sonrisas. Además, probamos un sucedáneo de oliva que nos dieron para comer, sabía a uva seca.
Llegamos a Bhaktapur, nos quedamos en medio de la carretera, y poco a poco comenzamos a caminar siguiendo el camino lógico. Llegamos al ‘checkpoint‘, y nos hicieron pagar 750NPR a cada uno para pasar… sabemos que existen formas de colarse, bastante sencillas, pero aun así pagamos al igual que pagamos en Pashupatinath. Luego ya vendrían otros días dónde intentaríamos no pagar en otros sitios.
Siguiendo el camino llegamos a la Taumadhi Tole, que tiene el Templo de Nyatapola, uno de los pocos que quedan con 5 pisos. Es como los de las películas. Decidimos dormir allí en la Sunny Guest House, uno de los lugares recomendados por la guía. Nos pedían un pastón, pero supe regatear y nos quedamos por 1100NPR la noche, en una habitación cuyas vistas daban a la plaza (Taumadhi Tole) y era la más grande de todas las que habíamos utilizado en nuestro viaje. Era como una suite, para ser más exactos.
Teníamos una bebida de bienvenida en la terraza, y subimos a leer la guía, contestar mensajes de email y disfrutar de las vistas. Allí abajo en la plaza, el colorido era de nuevo abrumador. Pasaban mil cosas al mismo tiempo. Bailarines con máscaras, ofrendas, rezos, gente corriente de paso, coches, motos, chicas guapas, … No tardamos en salir a la calle a disfrutar de Bhaktapur. Primero llegamos a la Durbar Square y se estaba celebrando allí un meeting político. Había mucha gente. Decidimos dar una vuelta sin ningún sentido, casi sin guía, por disfrutar. Y vivimos uno de los momentos más interesantes del viaje. Nuestro único sentido en funcionamiento en ese momento fue la vista. De ahí salieron las mejores fotos, sin duda. Y es que no hay nada como vagar sin rumbo por Bhaktapur. Hay tantas callejuelas, tanta gente interesante, tantas situaciones cotidianas que te sorprenden… Descubrimos, supongo, lo que era la vida real de Nepal. Y nos encantó.
Horas más tarde, y tras pasar por la preciosa Plaza de los Alfareros, paramos a comer. Lo hicimos en el Watshala Garden, un sitio tranquilo y muy bonito. Nos tocó un camarero atento y simpático. Pollo con salsa y pizza. Muy rico todo, por 800NPR los dos. Eso sí, no nos pedimos postre, pues dicen que Bhaktapur es la ciudad del requesón, y siguiendo las indicaciones de la guía, acabamos en un recóndito lugar para comer ese postre tan maravilloso, llamado Curd, una especie de yogur con un sabor realmente especial. Estaba riquísimo.
Seguimos la vuelta por Bhaktapur, esta vez siguiendo la guía, y dándonos cuenta que seguir la guía en Nepal era absurdo. Nos perdíamos cada poco rato. Aun así seguíamos encantados y haciendo fotos sin parar. Si pudiéramos, volveríamos cada semana allí. Es el paraíso de cualquiera al que le guste hacer fotos, sobretodo a mí que me encanta hacer fotos a personas, niños y ancianos especialmente. Me hubiera llevado conmigo a tanta gente… Especialmente a una niña que jugaba al badmington. Era tan guapa. Las imágenes por minuto seguían pasando a un ritmo endiablado. Unos niños jugaban a ping-pong encima de una piedra redonda de grandes dimensiones. Unas mujeres trabajaban granos de arroz al sol. Otros esperaban el paso de las horas. Incluso unos niños estuvieron hablando conmigo un buen rato. Sin hacer nada, disfrutamos de una manera bestial.
Una anécdota divertida fue cuándo decidí comprar caramelos de chocolate, para dárselo a los niños si me apetecía. Ni me gusta dar dinero ni me gusta dar caramelos, muchas veces (como veríamos más adelante) se utilizan para tonterías, pero en ese momento me pareció buena idea. Bien, los caramelos que compré volvieron todos conmigo para España. Todos. No di ni uno! 🙂 Y eso que había niños que pedían mucho, quizá demasiado. Empiezan muy pronto a pedir, no siempre por necesidad. Eso también lo aprenderíamos más adelante.
Iba oscureciendo, y tocaba retirada. Estuvimos cerca de 2 horas sin luz, ni televisión, ni nada. Así que leímos y descansamos, antes de subir a cenar y meterme el trozo de carne más rico del viaje, y de postre, un curd con frutas que acabó por hacerme feliz. Mientras tanto, mirábamos nuestros emails y nos instalábamos cosas en el Iphone. Pero allí la red iba a otra velocidad, y colapsamos nuestros teléfonos de manera preocupante. Suerte que Núria encontró un sistema para hacer que el colapso no nos jodiera los teléfonos. Al final, un amigo francés se sentó con nosotros mientras ya recogíamos, y nos dirigimos a la habitación. Dormimos bien, aunque por momentos, confundimos el zumbido de una mosca con una avispa. Cosas de la vida.
4 de diciembre – Esta es nuestra casa
La ducha de agua caliente de la mañana nos sentó mejor que nunca. Desayunamos fuerte en el mismo Sunny Café. Núria tomó un minisandwich y un vaso de leche, yo me pasé: sandwich de tomate y queso, curd de frutas (del que ya era fan absoluto), huevos duros y un zumo de naranja. Pagamos el hostal, pagamos en total 2600NPR, incluyendo dormir, cenaza y desayuno. Con ese dinero en España, no hubiéramos pagado casi ni la cena.
Salimos de Bhaktapur con muy buenas sensaciones, es sin duda la ciudad más bonita de Nepal (al menos de las que hemos visitado), y nos dirigimos a Sanga. Una vez más nos saltábamos la guía. Habíamos visto una estatua de Shiva gigante cuándo pasábamos con el bus, y queríamos verla de cerca. Cogimos el bus y llegamos en 20 minutos. Eso sí, yo me llevé un dolor de cuello brutal, pues el bus iba lleno y me tocó ir de pie. Mis 1,91cm de altura no ayudaron, la verdad, y tuve que ir con el cuello doblado. Los lugareños se reían y con razón. La mayoría no llega al techo con la cabeza, y yo iba medio doblado. Por suerte el viaje fue cortito.
Al llegar, tocaba caminata. No sabíamos de cuánto, pero al menos teníamos indicaciones que nos marcaban el camino. Además, era sábado, día de ofrendas, y veíamos a muchísima gente que iba camino a la estatua. Los caminos de tierra eran asfixiantes cada vez que pasaba una moto. Suerte de las bragas de cuello que llevábamos para taparnos la boca. En menos de media hora estábamos debajo de la estatua. Es realmente inmensa, pero al igual que sucede con el Buda de Dhulikhel, es bastante poco real. En este caso, la estatua de Shiva fue inaugurada en Junio de 2010. Nos sorprendió que ya fuera un lugar de paso obligado para la gente, ya que el recinto se llenaba por momentos, sobretodo de hindús con pinta de pijos. Había mucho bienvestido entre los visitantes. Incluso una chica no quiso que le hiciera una foto, siendo esa la única negativa que me encontré en todo el viaje.
Acabamos de ver la estatua y nos fuimos de nuevo para la carretera, a buscar el bus que nos llevase de vuelta a Kathmandú. Teníamos la idea de pasar el día en Patan, y si eso, quedarnos a dormir allí. Patan es un barrio de la capital, al sur, y según la guía era interesante de ver por su Durbar Square y por sus tiendas para comprar cosillas. Así que cogimos el bus que nos dijo que nos llevaba, y ya que allí te tienes que fiar y hasta el momento nos iba bien, nos metimos. La vuelta nos costó 50NPR, qué barato es moverse en bus por Nepal. En ese viaje conocí al que tiempo después se convertiría en mi amigo de emails, Udeep, un chico nepalí que era desarrollador de webs. Nos intercambiamos los emails y aún conservo el contacto. En el viaje fue un poco brasas, pero muy simpático al fin y al cabo.
Al llegar, preguntamos por la Durbar Square, y llegamos en cuestión de 15 minutos. Aquí vendría una de las situaciones cómicas del viaje. Como habrás notado, he nombrado Durbar Square en varias ocasiones. Hay una en Kathmandú, otra en Patan y otra en Bhaktapur. Nosotros, teóricamente, llegamos a la de Patan… pero días después nos daríamos cuenta que no era así. El amigo del bus nos había hecho la pirula, y estábamos en otro lugar diferente a Patan: estábamos en el centro del turismo, en el punto de Kathmandú dónde más turistas hay. Pero eso lo supimos días después.
El caso es que al llegar a la Durbar Square, nos colamos. Se pagan 300NPR por persona, pero ese día nos lo saltamos. Comenzamos a ver templos, monumentos, etc… Pero NADA cuadraba con la guía. Qué raro, no parecía tan difícil. Preguntamos a los lugareños, a los guardias, y nadie nos sabía indicar. Nos sentimos mal. A eso ayudó que no dejaban de venir supuestos guías que querían que los contratásemos, gente pidiendo dinero, y en general, un nivel de molestia poco habitual para lo que había sido nuestro viaje. Veníamos de los pueblos más tranquilos del mundo y de repente aquello. Yo no entendía como en Patan podía pasar eso, si no parecía tan turístico. Como digo, días después nos dimos cuenta que aquella era la Durbar Square de Kathmandú, la central, y que todos nuestros agobios eran normales.
Visto el panorama y el agobio, decidimos no pasar el día en el supuesto Patan. Vimos un taxi, negociamos 300NPR, y nos volvimos a casa, a Boudhanath. Llegábamos un día antes pero mejor esa tranquilidad que no el agobio que acabábamos de vivir. Y como no, fue llegar a nuestro barrio y volver la tranquilidad absoluta. Nos fuimos a comer al Flavor´s para celebrarlo, unos spaguettis con bacon y una pizza para mí. Otra vez sonrisas y calma.
Buscamos hostal durante un buen rato. Aunque habíamos probado ya 2, nuestra idea era dormir en algún sitio más. Teníamos reservado desde hacía días el Tharlam Guest House a partir del lunes, un monasterio precioso que nos encantaba, pero dónde no encontramos sitio. También probamos el Shechen, pero sólo nos dieron sitio para el día siguiente. Lo cogimos, por supuesto. Pero aun quedaba dormir esa noche. Fuimos probando todos y estaba todo lleno. Por un momento tuve dudas de si encontraríamos sitio. Finalmente volvimos al Lotus, con nuestro amigo tibetano, y nos acogió también durante esa noche. El hombre estaba borracho. O como mínimo iba tocado, se le notaba al hablar y en el tufillo que desprendía. Aun así, amable para variar.
Descansamos un poco de tanto ajetreo, nos gustaba la idea de estar en ‘casa’ de nuevo, y teníamos todavía una semana más para vivir. Como dije, queríamos experimentar la vida en Nepal durante una semana, sin una necesidad imperiosa de tener mil sitios por visitar o tener la obligación de no perderse algo. Si alguna vez viajas a Nepal con ese fin, el barrio de Boudhanath es perfecto.
Salimos a pasear y a dar vueltas por la Stupa. Te parecerá estúpido por nuestra parte, pero era una actividad tan relajante, que podías estar horas paseando por allí sin cansarte. Salimos al super a comprar 3 tonterías, entre ellas un mini caramelo/pastelito de naranja que estaba malísimo. Nos hizo mucha gracia encontrarnos a budistas, con sus túnicas naranjas, comprando en el mismo supermercado, o mirando móviles en una tienda de electrónica. Que incultos nos sentimos cuándo éste tipo de cosas nos sorprenden.
Como no teníamos hambre, en el hostal comimos algunas cosas que nos quedaban: barrecha, galletas, barritas, … y de bebida suero! Me aficioné al suero el día de mi KO en Lubhu, y estaba casi enganchado. Nos dormimos con la música de fondo de las oraciones.
5 de diciembre – Un día en el centro
Último domingo en Nepal. Ese día tocaba cambio de hostal, y mañana aún habría otro más. Al salir del Lotus, el amigo tibetano nos preguntó si habíamos pagado el día anterior. Fue cómico y la confirmación de su borrachera. Le dijimos que sí, por supuesto. Era verdad. Desayunamos fuerte en Flavor´s, dónde ya comenzábamos a tener amigos y todo. Los camareros y las camareras son muy simpáticos. Especialmente me gustaba la chica que estaba en la puerta. Sordomuda. Era alguien con un aura especial. Cuándo se ponía al sol y cerraba los ojos, me hacía sentir cosas. Me hubiera gustado abrazarla muchos días.
Ese día decidimos caminar hasta el centro de Kathmandú. Teníamos algún kilómetro que otro, pero caminar ya nos venía bien. Lo malo es que caminar por las calles de la capital es un poco arriesgado. Hay coches y motos por todos lados, y la contaminación, también la acústica, es totalmente inasumible. Aun así, el número de imágenes interesantes por segundo continúa siendo alto, aunque es cierto que pasa el tiempo y te acabas acostumbrando a todo.
Caminábamos siguiendo el mapa, pero como he dicho, las calles no están excesivamente bien señalizadas, así que nos seguíamos perdiendo cada poco rato. De alguna manera, llegamos a una calle dónde había oficinas de compañías aéreas. Y estaba Qatar Airlines, la nuestra. Allí entramos a preguntar si teníamos opción de optar a dormir en un hotel la noche de nuestra vuelta. Conocimos a un chico de Madrid que parecía un controlador aéreo. En aquellos días de huelgas en España, su opinión era bastante radical. Pensamos que era controlador. Los de Qatar nos atendieron y nos dijeron que nuestro billete no incluía dormir en el hotel que la compañía ponía para cambios de avión de más de 10 horas, como era nuestro caso. Una pena.
Seguimos caminando y llegamos por fin a Lazimpat, una calle con bastantes negocios interesantes. Fuimos directos a una tienda de ropa que MªAlba había recomendado a Núria para hacerse un traje. La tienda era Shanta Fashion, y a pesar del nombre, era una tienda de poco más de 3 metros cuadrados, con una señora muy graciosa y que hablaba poco inglés. Núria se encargó 2 trajes con ropa nepalí. La mujer tomó medidas y nos pidió un adelanto. 2 días antes de irnos pasaríamos a buscarlo. Una vez más, temor ante la opción de que no le fuera bien la ropa o que nos estuvieran engañando. Una vez más nos equivocamos.
Llegamos caminando al centro y comimos en el Fire and Ice, sitio recomendado. Una buena pizza, penne con tomate para Núria, y de postre fresas con natas. Muy rico pero muy caro, 1400NPR entre los dos, el sitio más caro del viaje. De allí pasamos a Thamel. Es el barrio más famoso de Kathmandú. Dicen que en los sesenta, alguien decidió convertirlo en el barrio para mochileros y turistas, y hoy en día es lo más cercano a eso. Hay tantas tiendas y tanta gente que agobia. No es el tipo de barrio en el que me gustaría no sólo vivir, sino pasar más de una tarde. Las tiendas son réplicas de otras, hay el mismo material en unas y en otras, y la única gracia está en que, si quieres comprar cosas, puedes regatear y jugar un poco.
Es cierto que las calles son emblemáticas, y que pasear por allí te parece raro porque lo has visto muchas veces por la tele, pero aun así, nosotros no aguantamos más de media hora. Ni siquiera compramos nada. Así que, tras media hora de espera, cogimos el bus de vuelta (la furgoneta, vamos) y por desgracia, nos encontramos con un atasco. Núria iba completamente metida a presión. Ni siquiera sé como aguantó, pero lo hizo con una sonrisa importante. Es como si todo el estrés, la presión, las prisas de occidente se le hubieran olvidado y disfrutaba cada momento. No me la imagino riéndose de una situación así en casa. Pero allí lo hacía.
Al llegar a Boudhanath, tocaba cambio de hotel. Fuimos al Lotus a coger las mochilas y nos dirigimos al Shechen, dónde pasaríamos esa noche. El Shechen Guest House es uno de los hostales recomendados por la Lonely Planet, y lo cierto es que es bonito y tranquilo como pocos. También es más caro, claro. Ya era bastante tarde, así que tras alguna que otra vuelta a la Stupa, nos volvimos al hostal, no cenamos una vez más, y nos dormimos con un buen dolor de cabeza. ¿La razón? La cocina del hostal daba justo al lado de nuestra pared. Los gritos de los cocineros y sus ruidos al lavar los platos se oían casi dentro de la habitación. Eso nos dejó una sensación agridulce de un lugar tan bonito.
6 de diciembre – Tharlam, nuestro nuevo hogar
Comenzaba la última semana. Creo que en ese momento, ya confundíamos si estábamos de vacaciones o simplemente estábamos viviendo allí por un tiempo. Habíamos olvidado la locura de visitar cosas que conllevan nuestras vacaciones. Por eso, los días eran más relajados que de costumbre. Podríamos haber llenado nuestro calendario de actividades o cosas por ver, pero ambos llegamos a la conclusión de que no merecía la pena, ya que disfrutábamos con estar allí sin hacer mucho.
Tras ducharnos y levantarnos a las 7, decidimos quedarnos toda la mañana en el jardín del hostal, tomando café, leyendo y disfrutando del Sol. Habíamos pagado la habitación y nos apetecía disfrutar de ese espacio tan bonito, y lo hicimos. Yo tuve un pequeño momento creativo, y me apunté 4 ideas para mi trabajo. Realmente, podríamos haber estado allí muchas horas sin hacer nada, se estaba muy bien, mucha paz. Visitamos el monasterio, que en sus alrededores está lleno de pequeñas stupas y de ruedas de oración gigantes, y nos fuimos para el Tharlam Guest House, que sería nuestra casa durante esa semana.
De camino, me compré una bolsa hecha a mano. La historia es que le estaba haciendo una foto a una bolsa que tenía un símbolo parecido al símbolo nazi, pero al revés. El hombre me vio, me preguntó, pasé a hablar con él y ahí ya estaba perdido. Evidentemente le compré una, eso sí, sin el símbolo. ¿Sabías que el símbolo de la esvástica es utilizado por la religión hindú desde hace siglos? Es muy interesante saberlo. A pesar de nuestra sorpresa, en algunos colegios se veían, uno al lado del otro, la estrella de David, judía, y el símbolo nazi. Claro, ninguno de los símbolos estaba utilizado tal y como lo entendemos nosotros. Aun así, la sorpresa al ver esos símbolos juntos todavía nos dura.
Llegamos al Tharlam y nos dieron una habitación gigante. Casi una suite, una vez más. Para mí es el mejor hostal dónde estaríamos en Boudhanath, y es el que recomiendo. Tiene su pequeño jardín, su monasterio, y un ritmo de vida tranquilo y sosegado, perfecto para pasar unos días de absoluta relajación.
Una vez instalados nos fuimos a comer al Flavor´s. Nos pusimos hasta arriba! Estaba siendo una jornada complemente fascinante, y no habíamos hecho nada. Quizá por tanta relajación, se me cayó la cocacola al suelo. Los camareros tardaron 1 minuto en traerme una nueva, que por supuesto no me cobraron. Que majetes. Esa tarde íbamos a recuperar una de las cosas pendientes del viaje: un masaje con los chicos de Seeing Hands.
Nos fuimos a Thamel, al centro, aunque el bus (Núria se sentó junto al conductor, y se comió todo el incienso) nos dejó un poco más lejos de lo que esperábamos. No es fácil orientarse allí sin llevar a nadie que te diga por dónde ir. Durante 2 horas, visitamos de nuevo Thamel, y la sensación fue bastante parecida a la del día anterior. No nos gustaba. Aun así, echamos el ojo a algún regalo que, días más tarde, compraríamos para llevar a casa.
Sobre las 17h llegamos a Seeing Hands. Allí nos presentamos y nos cogieron muy rápido. A mi me haría el masaje un chico, y a Núria una chica. Como dije hace unos días, Seeing Hands es un proyecto que da trabajo a gente ciega, enseñándoles a hacer masajes. Es un proyecto extendido en la India, y que tiene también su representación en Nepal. Antes contaban sólo con una oficina en Pokhara, pero hace poco que abrieron también la de Thamel.
Los masajes son simplemente brutales. Ambos, chico y chica, tienen una fuerza descomunal en sus dedos. Personalmente, me colocó y me movió cosas que ni sabía que existían. Era, además, muy agradable. Me preguntaba todo el rato si sentía dolor. Núria se llevó la misma sensación. Salimos del masaje con unas caras diferentes. Creo que nos cobraron 1800NPR a cada uno, pero los pagaría una y mil veces. Conocer el proyecto, conocer a los masajistas, y salir de allí con tu cuerpo totalmente renovado es una sensación que no se paga con dinero. Les agradecimos su atención, y les dijimos que les haríamos promoción en España. Nos lo agradecieron sinceramente. Ojalá si vais por Kathmandú les hagáis una visita, os prometo que merece la pena.
Al salir estábamos tocados. Es evidente que con un masaje así, tus energías se remueven de manera bestial. Nos volvimos a perder, esta vez por Thamel. Recuerdo que acabamos viendo una Stupa muy bonita, pero no sabría decir cuál era. Era de noche, y eso que no eran ni las 18h. Cuándo vimos que, definitivamente, no sabíamos dónde estábamos, cogimos un taxi por 400NPR y nos devolvió al barrio. Allí, nos fuimos a cenar al Double Dorjee por última vez, Núria se comió unos momos iguales que los del primer día, y nos bebimos una cerveza Everest, que por cierto estaba muy rica. Nos despedimos de la señora y de un lugar que también recomiendo a todo el que vaya a Boudhanath. Entenderéis muy rápido porqué.
7 de diciembre – Raúl y el orfanato
Ese día sería muy tranquilo. Seguíamos en nuestra semana de paz sin estrés. Además, en el Tharlam se duerme realmente bien. Cama amplia, habitación de lujo, buenas vistas (se ve la Stupa) y al ladito de nuestros rincones favoritos. Desayunamos como siempre en el Flavor´s, y luego vimos a Dani. Nos subimos a la terraza de su edificio para tomarnos un té con él. Las vistas de la Stupa desde allí son simplemente inmejorables.
Decidimos pasar la mañana en el barrio, esta vez preguntando precios de posibles regalos para llevar. Teníamos todo el tiempo del mundo para pasear, y así lo hicimos. Mientras tanto, fotos y más fotos de los lugareños. Como digo, el paraíso de cualquiera al que le guste fotografiar personas. Dando vueltas, llegamos a un lugar que era familiar… sí! era el lugar dónde un taxista nos había cogido hacía unos días, y nos había cobrado sólo 100NPR para llegar al barrio. Claro, es que ya estábamos en el barrio! Es muy divertido darte cuenta de errores que cometes por puro desconocimiento. Ese día, estábamos al lado de nuestro hostal, pero aun así, cogimos un taxi.
Acabamos volviendo, sobre las 12.30h, a nuestro hostal, y una vez más disfrutamos de la tranquilidad y el Sol. Como no teníamos mucha hambre, compartimos una pizza y esperamos a Neus, con la que habíamos quedado sobre las 15h para irnos a ver un orfanato. El lugar en cuestión está regentado por un chico español, Raúl Montiel, al que conocimos minutos después. Ya de primeras me cayó bien. Durante el viaje hacia el orfanato, caminando, habló con Núria largo y tendido. Me parecía divertido ver a Núria en esa tesitura. Yo mientras charlaba con Neus, una chica estupenda que como dije hace unos días, está en Nepal haciendo un voluntariado. De hecho, volvía a casa en breve y un mes después, volvía a Nepal.
Llegamos al orfanato, a unos 15 minutos caminando de Boudhanath, y al entrar, Raúl nos comenzó a explicar un poco su funcionamiento. Nos explicó que tenían cerca de 40 niños, de todas las edades. También como habían recogido a algunos niños de otras ONGs que habían resultado ser corruptas. Algunas historias estremecían, pero Raúl las contaba con total naturalidad. La costumbre es así. El caso es que hablando y hablando, nos contó que era budista. Y de repente, me metí en la conversación y la cosa se me fue un poco de las manos. Si estuvimos 3 horas en el orfanato, fue por culpa mía y de mis preguntas sobre el budismo. Tras tener la sensación de que los monjes de los monasterios eran aburridos y sosos, por fin encontraba una persona normal que me explicaba cosas interesantes acerca de su religión, de su filosofía. Fue una charla tremendamente interesante, y Raúl es el culpable de que, al llegar a casa, comenzase a leer sobre el tema y me interesase de manera real sobre el budismo. Le estoy muy agradecido.
Visitamos las instalaciones, impresionante el trabajo que hacen con los niños, y a eso de las 18h, cuándo ya era de noche, llegó la hora en que los niños acababan de estudiar y tenían tiempo libre. Allí vinieron todos corriendo a ver a los extraños. Mi corazón, de repente, se hizo gigante. Cada imagen, cada mirada, cada sonrisa, me llegaba al alma. Recuerdo a la niña de la cara quemada. Recuerdo a la de las coletas. Recuerdo al niño que Raúl decía que era una auténtico genio. Recuerdo a la que jugaba conmigo a no reírnos. En 15 minutos me desarmaron. Nos cogían y se querían quedar con nosotros. Me presentaron hasta a la profesora. Me hubiera quedado allí sin dudarlo en ese momento. Me sentí un poco cruel, al darles sólo un trocito de lo que podía darles. Esos niños necesitan amor. Y si bien tienen suerte de tener a gente como Raúl luchando por ellos, me fui con una sensación agridulce por no haberles podido corresponder con nada más.
La hora de la despedida fue algo triste, la verdad. Si en algún momento queréis pasar por allí, creo que Raúl estará contento de enseñaros el orfanato y su funcionamiento. Es un ejemplo para muchos. La casa se llama Sano Sansar y la ONG es Petit Mon. Aquí tenéis la página web. Si en algún momento colaboráis, que sepáis que el dinero llega a buenas manos. Al menos lo que nosotros pudimos ver. Por cierto, no hicimos una sola foto en toda la visita, ni siquiera a los niños. Dicen que hay imágenes que se llevan para siempre en el corazón, y así será en nuestro caso.
Al salir de allí fuimos a casa de Neus, a coger ropa de MªAlba y Suman, para llevársela en nuestras maletas, y sin mucho más que hacer, nos fuimos al hostal a descansar. Durante media hora, bajé al jardín, en la más absoluta oscuridad, y estuve conectado a Internet un ratito, disfrutando de la noche y del silencio. Al subir, estaban dando «Friends«. Unas risas y a dormir.
8 de diciembre – Los monos y la verdad sobre la Durbar Square
El viaje llegaba a su fin. Nos habíamos dejado la visita a Swayambunath para el final, pues sabíamos que era muy divertida. Es conocido como el templo de los monos, luego vemos porqué.
Desayunamos dónde siempre (ya no teníamos ni siquiera dudas), y lo más divertido es que aunque casi cada día pedíamos lo mismo, te lo podían traer de forma diferente. Por ejemplo, los huevos que incluía el desayuno, a veces venían fritos, otros cocidos y otros en tortilla. Era un misterio que nunca desvelamos, imagino que nuestras explicaciones en inglés no tenían que ser muy buenas.
Caminamos hasta Chabahil como de costumbre, media horita de coches, ruidos y polvo, y allí cogimos el bus camino al templo. Llegamos bien y rápido, lo que nos hizo pensar que estábamos llegando a un punto en el que nos acostumbrábamos al caos nepalí. Luego descubriríamos que no era del todo cierto. Swayambunath tiene varias partes y varios templos interesantes. Durante media hora, disfrutamos de los alrededores, siguiendo a gente que pasaba por las ruedas de oración en pleno rezo, y que nos llevaban hasta la escalinata que lleva al templo. Ya en el camino vimos a algunos monos. Según dicen, hay colonias de monos alrededor del templo, y damos fe que es cierto.
Al subir las escaleras, paramos en alguno de los puestecitos y compramos algún detalle para la familia. También nos dimos cuenta que no éramos excesivamente buenos regateando. Te sabe mal regatear a alguien que ha hecho con sus manos lo que te está vendiendo.
Las escaleras se hicieron eternas, para variar. Y arriba nos hicieron pagar un ‘peaje’ para turistas. Suerte que unas niñas nepalís se hicieron fotos con nosotros, y eso nos hizo llegar arriba con una sonrisa. La Stupa es preciosa, no llega a ser la de Boudhanath pero no le anda a la zaga. Todo el recinto es impresionante. Quizá si hubiéramos venido los primeros días, la sensación hubiera sido todavía mayor. Seguimos la guía, que esta vez sí que entendíamos, y estuvimos por allí un buen rato, junto a varios colegios que andaban de visita por la zona.
Entre niños, monumentos y tiendas de recuerdos algo caras… muchos monos. Más de lo que te puedas imaginar. Cientos. Nunca había estado tan cerca de estos animales, y son la risa. Vimos como robaban comida a algún despistado. Como se comían restos de comida del suelo. Como saltaban a una velocidad endiablada. La vida en occidente sería más divertida si los monos vivieran por la calle, aunque puedo imaginar la locura que eso conllevaría.
Fueron cerca de 3 horas en Swayambunath y aldededores. Cuándo dábamos la última vuelta, pasamos por una zona dónde había un árbol caído delante de una casa. Una señora andaba moviendo los restos caídos, y me pidió ayuda. Por supuesto, comencé a mover troncos para echarle una mano. Sin pensarlo además. Salimos de allí caminando, con la intención de llegar al centro de alguna manera. Se nos fue un poco la olla, para variar. Los mapas nepalís no eran lo nuestro, en especial lo mío, que suelo ser el experto en mapas. Al final tuvimos que coger un taxi, y le pedimos por favor que nos llevase al centro, a la Durbar Square de Kathmandú. Y allí comenzó el lío…
Llegamos bastante rápido, y al llegar Núria dice: «Joder, este tío nos ha traído a la Durbar de Patan!». Efectivamente, estábamos dónde el otro día. Además, estábamos dentro, nos habíamos vuelto a colar, y esta vez sin saberlo. Dimos varias vueltas, y al cabo de un buen rato, veo un letrero que ponía algo así como «Basantapur Durbar«. Y comencé a dudar. Mi cabeza era un lío total y absoluto. ¿Y si estábamos en la Durbar de Kathmandú? Comenzamos a mirar la guía, y casualmente, todo coincidía. Por fin entendimos qué nos había pasado el otro día! En vez de llevarnos a Patan, el bus que venía de Bhaktapur nos trajo al centro, y la plaza que habíamos visitado, efectivamente, era la Durbar de la capital. Por eso tanta gente nos agobiaba, porque es el centro turístico número 1!
Dimos una vuelta más, entre otras cosas para justificar que estábamos dentro y nos habíamos colado, y nos fuimos a comer. Acabamos comiendo en una bakery que habíamos visto el otro día, cuándo íbamos perdidos. Las piezas se iban encajando solas! La verdad es que comimos muy bien por menos de 450NPR. Por la tarde, y ya que estábamos allí, decidimos dar una gran vuelta en Thamel, y allí fue cuándo comenzamos de verdad nuestras comprar para la familia y para nuestra casa. A destacar, la rueda de oración que hoy está en casa, unas libretas hechas a mano que andan repartidas entre familia y amigos, y algún regalito de navidad para mi cuñada. Fue una tarde que cundió más de lo esperado. Todavía nos reíamos con lo de la Durbar, pero eso nos daba la opción de viajar (de verdad) a Patan, que pasaba a ser la única zona que todavía no habíamos visitado de las que al principio del viaje teníamos marcadas para visitar.
La vuelta en furgobus fue de nuevo bastante ‘comprimida’, especialmente para Núria, aunque como siempre fue divertido. Cenamos en Flavor´s, descubrí que ellos también tenían curd de postre, y eso provocó alguna visita inesperada al lavabo del hostal. Unas vueltas a la Stupa, corte de la luz como cada día, y nos fuimos a dormir.
9 de diciembre – Patan, de verdad
Teníamos que ir a Patan, estaba claro. Tras la ducha, el desayuno con bagels, y ver a mi amiga sordomuda más guapa que nunca, intentamos viajar hacia esa zona al sur de Kathmandú. Costó un poco, la verdad. Tuvimos que pillar primero un bus a Tinkune y luego un tuk tuk (nuestro primer tuk tuk) a Laghan Khel. En todo momento, contamos con la ayuda de los nepalís, que seguían tan amables como el primer día. Incluso dentro del tuk tuk, ellos te indicaban dónde pararte.
Patan está muy guay. Hay mucho mercado, mucha tiendecita, y una Durbar Square imponente. A pesar de que se acercaba el final del viaje, seguíamos fotografiándolo todo. La guía, esta vez, fue fácil de seguir, e intentamos hacer la técnica conocida como «hacer la Durbar«, que era colarse sin pagar. Pero esta vez nos pillaron. Aun así, pagamos con gusto los 600NPR que nos pidieron, tenían toda la razón. Esta Durbar merecía la pena, a pesar de cruzarnos con unos andaluces estúpidos que iban corriendo detrás de unos niños, con unos caramelos, para hacerles fotos, como si fueran monos. Algunos no entienden muy bien que esos niños son personas.
Disfrutamos de la mañana entre templos y gente más cercana a los pueblecitos como Bhaktapur o Dhulikhel que a Kathmandú. Vimos otro templo de 5 plantas, el de Kumbeshwar. Y a su falda, unas niñas cumplían un ritual, su primera puja. Un simpático lugareño, que hablaba inglés excelente y que había vivido en Barcelona, nos contó que para ellos era como la comunión. Hicimos muchísimas fotos de las niñas y pasamos un buen rato allí.
Nos fuimos a comer al Dhokaima, un pequeño restaurante. Núria acertó con su pollo al limón, mi hamburguesa no estuvo mal, pero los postres fallaron: le pusieron chocolate a mi helado. Y yo no como chocolate. De allí fuimos a Kopundol, calle de tiendas de negocio justo, que la verdad nos parecieron sosas y aburridas. En todas había lo mismo. Así que íbamos a Patan para ver cosas pero también porque hablaban muy bien de sus tiendas, y nos volvíamos sin nada. Para variar.
Así que cogimos un bus y nos fuimos a Lazimpat, a recoger los vestidos de Núria. Había tensión, yo estaba convencido de que los vestidos no estarían bien. Pero claro, me equivoqué totalmente. Llegamos media hora antes, y la mujer andaba finalizándolos. Cuándo Núria se los probó, le iban perfectos. Pero perfectos. La sonrisa de la mujer estaba justificada. Nosotros flipamos. Además, eran preciosos y le iban como anillo al dedo. Pagamos el resto del dinero (en total, menos de 30€ por 2 vestidos hechos a mano) y salimos de allí contentísimos. Sobretodo porque nadie se dio cuenta que Núria había pisado una mierda unos minutos antes de entrar a la tienda 🙂
Volver fue un poco más complicado. Un amigo nos ayudó a coger el bus, que primero nos dijo que no iba a nuestro barrio, pero ante la insistencia del amigo, dijo que sí. Fue un poco locura, pues tardamos 1 hora para llegar! Fue eterno, caminando no hubiéramos tardado tanto, creo. Dimos la vuelta del año. Al final llegamos a Chabahil, y fuimos media hora caminando, en plena oscuridad. Con un poco de mal rollo en algún momento, pues pensábamos que nos seguían. Por suerte no era así. Cuándo la luz de Boudhanath llegaba, paramos en un bakery, compramos donuts y curd, luego cocacola y palomitas en un súper, y cenamos en plan guarro para acabar de fastidiarnos la barriga antes de irnos a casa. Dimos algún que otro paseo hasta el lavabo, pero poco importaba. Nos dormimos escuchando a Dayna Kurtz y a Damien Rice. Ya sólo nos quedaba un día en Nepal.
10 de diciembre – Últimas compras
Esto llegaba a su fin, ahora de verdad. Nos levantamos algo más tarde de lo habitual, desayunamos dónde siempre, y la única diferencia con el resto de días es que yo hacía más fotos de lo habitual. Sabía que la historia se estaba acabando y tocaba hacer fotos de todo: niños, coches, buses, la Stupa… también tocaba comprar cosas. Viajamos de nuevo a Thamel, y allí compramos todo lo que pudimos. Algunos budas para la familia, pendientes, camisetas para los padres, imanes, cuencos o un elefante hecho a mano que le regalé a mi madre. Lo tenía visto desde hacía días, y el chico me hizo un precio realmente especial por una obra tan bonita. Esa mañana casi nos gastamos todo el dinero que nos quedaba, pero para eso era.
En el furgobus de vuelta, conocimos a un chico indio que era zapatero. Muy majo. El pobre, se dio un golpe espectacular en la cabeza cuando estaba dentro del bus. La gente se reía de él. Nosotros nos preocupamos. Al bajar, le pagamos el billete, pues él nos había ayudado a coger el bus. Parecía un gran tipo, y fue el único zapatero durante esos días que no llamó mi atención sobre mis botas, que estaban ya por entonces casi completamente rotas.
Pasamos también por el orfanato de Raúl, y le dejamos unos discos de Aloud. No sé bien porqué, pero me imaginé a los niños escuchando nuestra música y sonriendo. Espero que se haya cumplido. La promesa que nos hicimos de colaborar desde España con ellos, la cumplimos prácticamente nada más llegar. Así que en ese sentido, me siento contento.
Casi de manera inmediata, nos fuimos de nuevo a la plaza de la Stupa, habíamos quedado con Dani para ver la puesta de Sol. Llegamos tarde por poco.
Aun así, fotos y más fotos. Dimos vueltas a la Stupa, cenamos en el Flavor´s una vez más y descubrimos (tarde) su fantástico «grilled chicken«, y teníamos esa sensación tan extraña que produce el final de tus vacaciones, pero de una manera diferente. Las ganas de volver a casa existían, pero aquello también era nuestra casa. ¿Por qué Boudhanath era como un hogar para nosotros? Ese tipo de sensaciones que no sabes explicar.
11 de diciembre – Hasta pronto, Nepal
Y se acabó. Dedicamos el último día a dar vueltas por el barrio, comprar los últimos regalos (teniendo en cuenta que era fiesta, tuvimos suerte) y sobretodo, a hacer fotos a la Stupa. Tenemos imágenes casi desde todos los ángulos.
Recuerdo con especial cariño el último momento que vimos la Stupa, para irnos para el hostal. Lloramos. Me sorprendió la reacción en Núria, poco dada a este tipo de emociones, pero aun hoy en día no sabemos explicar la sensación que se vive en esa plaza. Echamos mucho de menos poder salir a pasear, a dar vueltas alrededor de la Stupa y girar las ruedas de oración. Echamos de menos a los tibetanos que allí giraban con nosotros. Echamos de menos el Double Dorjee, el Flavor´s, su gente. Echamos de menos muchas cosas.
A las 15h, un taxi nos llevó camino al aeropuerto. Antes, habíamos decidido comer dónde siempre y en la misma mesa en la que habíamos comido el primer día que llegamos a Boudhanath. Fue emotivo.
El viaje de vuelta fue perfecto, y al llegar a casa nos dimos cuenta que este viaje había cambiado nuestras vidas. A mejor.
4 Comments
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joder colega, me has hecho perder media mañana… pero ha molado !!!
(entre nosotros, y no conociéndoos, creo que deberíais poner criaturas en vuestra vida 🙂
No entiendo como hay gente que se lee de verdad! 😀 Pero se agradece mucho.
Javier, ¿ese tipo de consejos le das a un amigo? Jajajaja.
Abrazos.
una pasada de viaje, me ha encantado todos los momentos que habeis vivido unas fotos preciosas!!yo tengo aquí en Barcelona unos amigos nepalis y tengo previsto en breve un viaje allí incluso la posibilidad de irme a vivir allí!Muchas Gracias!!;DD un saludo a los dos!XD