Ya estoy en casa. Es imposible no cambiar tras un viaje al otro lado del mundo durante 4 meses en busca de tu hija.
Lo primero que me vino a la cabeza fue que quería dejar Facebook. O como mínimo, quiero dejar de actualizar mi estado, mi cuenta. Fue una buena idea, allá por 2007, darse de alta, probarlo, reencontrarme con gente que hacía mucho no sabía, hacer cenas de EGB, usarlo para el trabajo, cambiar la forma de entenderlo todo… Joder, fue realmente excitante.
Pero desde hace unos años, cuando los señores de Facebook se cargaron el concepto en busca de dinero y más dinero, Facebook acabó siendo tan solo una manera de perder el tiempo. De las absurdas, de esas que no te sirven de nada a ti pero sí a ellos: cada minuto allí, cada visita, es dinero y más dinero para gente que pudo haber cambiado el mundo pero que prefirió dejarlo como estaba llenándose los bolsillos.
Me encanta escribir y durante muchos años compartí allí buena parte de mi vida, de mis sensaciones y de mis momentos. No me arrepiento pues queda un diario bonito de todos esos años. Pero en 2015 eso ya no tiene sentido. Me da igual quién me lea, quiero seguir escribiendo pero creo que el lugar es éste, mi blog. Un sitio recogido, casi privado, al que acude quién quiere. Como si fuera mi casa. Parecía que Facebook te unía a la gente cuando lo único que ha hecho es crear mucho más individualismo. Acabo de vivir 4 meses fuera de casa en la etapa más importante de mi vida. El número de «amigos» que se han preocupado por mi durante este tiempo ha sido casi ridículo. Y habla una persona que superó los 1000 amigos en Facebook.
Por tanto, dejo la red social para mis proyectos laborales (Aloud, AMFest, Siete Barbas…) y mi perfil queda en standby indefinido. Si necesito usarlo para promocionar algo o apoyar alguna campaña interesante, lo haré. Si algún día me apetece volver por que las cosas han cambiado, no tendré problemas. Pero hoy prefiero apagar la luz del perfil y encender otras que iluminan más.