Actualizado abajo / Jueves 1 de Junio
Cuándo los 40 asoman la cabeza, el cuerpo y ya casi los pies, uno tiende a pensar que está todo hecho: lo has visto todo, lo has escuchado todo y hasta has pasado por todo. Desde hace tiempo me quejo en privado de lo poco que me emociona nada. La muerte de mi padre sesgó de raíz muchas de las terminaciones nerviosas que me producían placer y sorpresa cuándo hablamos de música.
El pasado sábado en la BeGood, teníamos fiesta de marcado caracter feminista y femenino. Quién me conoce ya sabe de mi lucha, desde hace años, en este campo. Junto a Ainara LeGardon creo que hicimos (hizo ella, vamos, yo sólo fui un fiel escudero) buen camino en este sentido.
Esperaba la noche para sonorizar a Les Sueques, a quienes había visto recientemente, y a Les Cruet, que pasaron por BeGood hace poco. No conocía nada de la primera chica que tocaba, y eso aumentó la sorpresa. La bofetada emocional. Marina Herlop vino con su piano Roland RD-300SX de 88 teclas metido dentro de un carro de la compra. Subió al escenario y se puso de lado, no de frente. Cuándo comenzó a tocar, me pidió que le bajara el volumen y sobretodo que no pusiera piano en los monitores. Al empezar a tocar, me dí cuenta de que su control de la dinámica era extremo. Ya con las primeras notas se despertó algo en mi interior. Sus melodías me hicieron aterrizar de algún modo. Cuándo sonoricé su voz mi cara de gilipollas se debió ver a kilómetros. A todo esto, y con cierta inseguridad, Marina pedía si podía tocar una canción …
No sé como lo escucharían los demás, pero la prueba sonaba tan bonita que pensé que ella tocaría en mi funeral. También pensé, supongo, en la música que faltó el día que marchó mi padre. A veces la mente viaja a velocidades difíciles de controlar cuándo las emociones están a flor de piel. Luego al buscar informacion y ver que era de Piera supongo que cerré el círculo de aquellos pensamientos. Durante aquellos minutos, unos hablaban, otros comían, y otros simplemente no estaban. Yo estaba sentado a 5 metros pensando en lo especial de ese momento. Poder estar en esa prueba, en ese pequeño ensayo, me hizo sentir la persona más afortunada del universo. Intuyo que en algunos años podré contarlo a todo el mundo y nadie me creerá.
Una breve conversación sobre sensaciones, nervios y acúfenos derivó en el concierto más impresionante que nadie ha dado en BeGood hasta la fecha. Fueron 35 minutos hilados sin descanso en el que la paz que me había transmitido durante las pruebas pasó por varios estados de ánimo: angustia, soledad, alegría, desánimo, … Qué bonito cuándo los dedos responden a los sentimientos que dicta el cerebro, por difíciles que sean. Y digo el cerebro y no el corazón con cierta intención. Al menos así lo sentí.
Descubrí, sentado en mi prescindible cabina, que acababa de editar su primer disco, «Nanook«, en el sello Instrumental, de James Rhodes. Sólo en digital, por desgracia. Sin bandcamp y sólo con un tema en SoundCloud. El libro de Rhodes hablaba de acercar su música al público sin pasar por la encorsetada industria de la clásica. Aquí, quizá, queda mucho trabajo por hacer, máxime con algo tan potente entre manos. Ojalá el sello y la visibilidad de su creador no engullan los trabajos que allí se editen.
Desconozco hacia dónde irá su carrera, pero mi intuición me dice que el talento de Marina Herlop es ahora mismo incalculable. Al acabar el concierto, quise acercarme a darle mi sincera opinión. Es difícil tocar para sólo 25 personas, pero conseguir que tu música dinamite por dentro a alguien como lo hizo ella el otro día conmigo, debe sentar bien.
48h después, sigo en shock y tenía ganas de contaros la noche en que un piano y una voz me removieron el alma.
ACTUALIZACIÓN 1 DE JUNIO
Y Marina volvió el pasado lunes a BeGood. Desde el inicio todo fue diferente porque, de todas formas, nunca hubiera sido igual. Quise ayudarla a traer el piano porque imaginé que no era algo fácil lo del carrito y el taxi. Hablamos de nuevo escasos minutos mientras el sol se iba. La prueba, esta vez, fue cortada por el tiempo. La hora de abrir había llegado. Y su concierto … fue de nuevo vibrante. Más tranquila, más suelta, más cómoda. Derrotando poco a poco a esa inseguridad que siempre acecha amenazante. Sin mirar adelante una vez más. Sin dirigirse al público ni parar durante 40 minutos. Llenando con cada nota el vacío de público que, de nuevo, se encontró en «mi» sala. Qué injusto.
Durante la última semana he escuchado el disco unas 4-5 veces al día. Lo he disfrutado sobretodo al irme a dormir. Del primer impacto al piano me he perdido, sin quererlo, en sus melodías: incómodas, enigmáticas, indescifrables. En esas palabras inventadas que al final parecen tener significado. Las palabras que rebotan en tu cabeza todo el día sin que nadie les haya dado permiso para permanecer ahí, como frecuencias estacionarias. Habrá quién piense que su voz es bonita. Yo creo que las melodías ganan la partida. Y con eso no se nace, eso es trabajo. Cerebral, pero trabajo.
La vida, urgente, me alejará del disco poco a poco y llegarán nuevos sonidos que agitarán mi siempre difícil estado de ánimo. Pero hoy me toca dar las gracias a «Nanook» por despertarme, emocional y personalmente, cuándo el sueño amenazaba con dejarme dormido para siempre.
1 Comment
Un abrazo envuelto en una inmensa sonrisa, jefe.