El padre de Manuel perdió la sonrisa una tarde de febrero. Antes había perdido el trabajo, la dignidad y ese extraño equilibrio en el que habitan los hombres felices. La ruina esperaba en la puerta con su aliento de buitre, y ya le daba vergüenza hasta pronunciar su nombre.
Manuel se le acercó intentando no molestar, siendo consciente, a pesar de sus cinco años, de que su padre estaba para pocas bromas.
-La abuela dice que tú no sirves para nada, pero yo le he dicho que eres el mejor padre del mundo.
Gracias a textos como éste, la visita a Activando la Disidencia sigue siendo una de esas obligaciones diarias que se hacen con gusto y que ayudan a pasar mejor el día. Da gusto leerte, amigo.
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