Blogeando, he llegado hasta entreTlineas, un blog interesantísimo, y he encontrado este texto que me ha fascinado:

Entre todos los halagos que acostumbras a decirme hay uno que saboreo por encima de cualquiera.

Te lo escuché decir la primera vez que me levanté la falda, con un súbito gesto, y me senté a horcajadas sobre ti. Yo reía y bromeaba en el juego, mirándote traviesa, acomodándome sobre tus piernas mientras tú olvidabas respirar. Me sorprendió que utilizases ese adjetivo cuando definiste mis juegos cándidos como peligrosamente eróticos, pero me lo creí.

Después, lo declaraste una y mil veces cuando hablábamos del sexo y me sonrojaba al pronunciar una palabra obscena; y una y mil más cuando hacíamos el sexo, perdía todo el pudor, y mi vocabulario se depravaba en el fragor de la batalla. Decías siempre que la forma en que me sofocaba era adorablemente erótica, y yo me lo creí.

Y cuando leíste mis textos más sensuales, aquellos que inventé para acariciarte el corazón y la libido, tú consideraste (jamás podré pagarte la confianza que me otorgaste entonces) que tenía un toque especial para convertir el sexo narrado en fruto elegante y sugerente, con toques de exquisito erotismo, y yo me lo creí.

Y un día, después de que me amases, corrí al baño, y al salir me encontré de bruces con tu mirada embelesada. Me susurraste entonces: “gracias por no cerrar la puerta, me has regalado la escena más erótica de mi vida; ahí sentada, tan desnuda, tan hermosa y tan lleno tu pensamiento de mí…” y yo te creí.

Y es por cada una de estas situaciones, que entre todos los halagos que sueles regalarme, adoro éste en particular, porque jamás me he sentido especialmente bonita, ni perfecta, ni inteligente, ni estupenda como aseguras entre bromas, pero sólo tengo que mirarte y tus ojos me harán creer que soy la criatura más erótica de la tierra.

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