En unas horas marcho a Madrid. Disfrazado de viaje para reuniones y desconexión para ponerme al día, está una sonorización que no será una sonorización cualquiera.
Se acaba el viaje con un grupo que ha marcado buena parte de esta última década. En lo profesional y por supuesto en lo personal. Sigo teniendo la suerte de trabajar con grupos que, en lo personal, me llenan y me dejan huella.
Creo que fue allá por los inicios de la pandemia cuándo comencé a atisbar el final del camino. Uno sabe leer entre líneas y entre líneas se dijeron cosas que claramente anunciaban que lo nuestro acababa. Pasó el tiempo y sin muchos aspavientos ni desavenencias, simplemente se acabó, igual que podría haber seguido durante años. Hay historias acabadas que siguen vivas y también está bien.
Creo que he ocultado esta pena durante meses y que este proceso quedó en alguna parte de mi mente en este invierno difícil del 22 al 23. Ahí sigue, supongo. La pena es pena, la cante quién la cante. Uno siempre cree que las nuevas penas serán diferentes y que la experiencia sirve de mucho más de lo que sirve realmente.
A ver que tal mañana.
Acabo de releer un borrador dónde cito la palabra maldita que tanto me ronda la cabeza últimamente, y eso que no es la única. Curioso, era julio de 2021 y ya estábamos así.
2022 ha sido extremadamente raro. Cuándo salíamos de la pandemia y recuperábamos el aliento, «la llamada» nos devolvió a un lugar al que ya no pensábamos ir. Y fuimos y le pusimos todo el corazón y las fuerzas como si fuera la primera vez, aun sabiendo que no era así.
Esos 4 meses dominicanos marcaron todo a fuego. Seguramente aun andamos sanando. En la vida deberíamos tener más tiempo para sanar, pero la vida es imparable. Con el puzle patas arriba toca volver a ordenar desde cero. Todos hemos salido marcados de este 2022, no se salva nadie.
Sólo recuerdo que a la vuelta me agarré como un clavo ardiendo a ese AMFest que siempre estuvo ahí para mantenerme vivo. Y esta vez me quemé. Supongo que un día de estos explicaré el estado de las quemaduras y si hay opciones de curación. Creo que me hace falta.
Desde hace una semana estamos conviviendo con Junior. Así, de repente, entra un nuevo actor a nuestras vidas. Es un pequeño de 3 años que viene a finalizar el proceso de adopción que iniciamos allá por 2017 (realmente fue en 2016). De nuevo República Dominicana, de nuevo muchas cosas que, ya veréis, son iguales que en 2015 cuándo fuimos a encontrarnos con Jazmín.
Hoy hace 2 semanas que estamos en el país. En estos 15 días hemos podido comprobar que nada ha cambiado. La conexión a Internet sigue siendo lamentable. Llueve un poco y perdemos señal, en momentos importantes la conexión desaparece por 10 minutos o 2 horas, y de manera habitual, tras todo el día dedicado en cuerpo y alma a los peques (no puedes hacerte una idea de lo que es), cuándo a las 21.30h de la noche quieres trabajar un poquito y conectar con la que era tu vida … no funciona.
Pasa igual con las infraestructuras, los parques parecen más sucios que entonces, hay una cantidad de coches absolutamente descomunal, tapones / colapsos a todas horas, pitidos, contaminación, … La cosa no parece haber ido a mejor.
Pero estamos aquí por Junior. Durante 5 días hicimos el proceso de conocernos, fue realmente bien, y desde el viernes pasado compartimos las 24h del día con él. Cómo si de la pieza final de un puzzle se tratara, su llegada ha recolocado las cosas y aunque evidentemente seguimos en proceso de adaptación y hay muchas cosas que no contaré aquí, nos sentimos felices y enormemente agradecidos por esta nueva oportunidad de la vida de venir aquí a adoptar a nuestro segundo hijo.
A ver si el tiempo, las ganas, el aplatanamiento y las conexiones me dejan ir escribiendo en los próximos días o semanas. No recuerdo si hablé mucho de la adopción de Jazmín por aquí, de lo mucho que cambió nuestra vida, de lo que significa esta pequeñaja en mi vida, … pero fijo que si lo hice, me quedé corto y debería haberlo hecho más. Si puedo, prometo ir explicando cosas. Ya sabéis, una vez escritas ya no se pierden y el legado se queda para siempre.
Qué buen nombre le puso Sònia: Parèntesi. En realidad, nunca supimos si había sido buena idea o si por el contrario, nos habíamos metido dónde no nos llamaban. Han pasado 3 días y aun no lo sé.
Lidiar una vez más con determinadas personas que pululan por algunas instituciones de Barcelona no ha sido fácil. Nunca lo es. Resulta curioso que en las zonas visibles de Cultura en el Ajuntament haya gente dispuesta a hacer las cosas bien (sin queja con ellos), y tomando decisiones interesantes para cambiar las cosas, y entre medias sigas encontrando a gente dispuesta a poner trabas, que no tiene ni puta idea de lo que significa montar un festival y que falte el respeto de manera sistemática a quienes intentamos luchar por una cultura autogestionada y alejada de la visión capitalista de otros festivales.
Por esa gente (ellas/os ya saben quién son) abandonaremos la ciudad de Barcelona para el AMFest 2022. Irse de tu ciudad es un sentimiento contradictorio. Imagino que os ha pasado a muchos estos últimos años, la política de alquileres y los ricos intentando ser más ricos cada vez, han expulsado de nuestra ciudad a muchas amigas/os y nadie ha hecho nada por remediarlo. Cuándo se han decidido a actuar, ya es muy tarde.
Muy curioso lo bonita que estaba Barcelona en plena pandemia, vacía y solitaria y sin un puto turista, cuya masiva presencia es hoy, octubre de 2021, otra vez excesiva y totalmente desproporcionada, convirtiendo de nuevo la ciudad en un parque de atracciones del que sus ciudadanos son los únicos que no participan de la fiesta.
El paréntesis salió bien y volvió a demostrar que tenemos un equipo unido y con ganas de mirar al futuro. Con altos y bajos, con momentos complicados y otros de celebración, la rueda no dejó de girar y superamos todos los obstáculos habidos y por haber. Me quedo con la imagen de todas recogiendo los vasos el sábado, cuándo no nos tocaba. Hay ganas de dejar constancia del buen hacer, siempre.
2022 empieza mañana, aunque ya empezó hace unos días. Recibimiento monumental, camisetas de Turbonegro, ganas de acogernos, miradas puestas en un futuro en común. No quiero ilusionarme, pero sé que tenemos el mejor festival posible y quiero que sea en el mejor sitio posible. Un lugar vacío, diáfano y hasta con mal sonido, en el que podamos edificar y crear algo único en Europa. Del sonido ya se encargarán los que saben, no será la primera vez.
Dios, estoy ilusionado.
Lo de que el tiempo pasa volando debe ser un dicho popular, porque realmente pasa mucho más rápido. En un suspiro han pasado 5 años desde el fatídico 20 de septiembre de 2016.
Es bastante curioso como tengo el recuerdo casi nítido de todo. La llamada de Núria, bajar y coger el taxi, llamar al hospital para que no supieran decirme nada, llegar justo cuándo llegaba mi madre, la señora que nos acompañó, entrar en aquella habitación con 2 doctores, y la fatal noticia. Después los recuerdos se emborronan un poco pero podría casi hacer una cronología de aquellas horas infernales en las que mi padre decía adiós de manera oficial (se certificó su muerte la mañana del 21 de septiembre), de manera real mi padre murió en el acto, cayendo de la bici y haciéndose trizas buena parte del cerebro.
Durante estos 5 años, creo que no ha habido un sólo día que no haya pensado en él. Su foto me acompaña aquí en mi habitación, y cada cierto tiempo saco fuerzas para ver los pocos videos que guardo en los que sale. No he tenido fuerzas, tiempo ni ganas de ponerme a rebuscar entre las cintas de Hi8 que guardo de hace más de 20 años. Supongo que algún día tocará enfrentarse a ello.
Hoy, no sé si como homenaje o por pura necesidad, fuimos a Piera con mi madre y estuvimos recogiendo parte de lo sembrado antes de verano. Hemos vuelto con pimientos, berenjenas, tomates, pepinos, uvas … Seguimos sacando vida de ese lugar que no parece tener sentido sin él. 5 años después, para mí el lugar sigue vivo y eso mantiene vivo su recuerdo. No cura la ausencia, pero quizá la alivia.
Creo que si tiras atrás (muchos años) en este mismo blog, encontrarás en algún punto que alguna vez he citado algo parecido. Hoy se me ha ocurrido llamarla «La teoría de las buenas noticias que lo cambian todo«.
No tiene ningún misterio. Hay momentos de la vida en el que las cosas van mal, o muy mal. Este verano no ha sido fácil para mí. A mitad de junio, todos los indicadores parecían llevarnos al «final» de la pandemia … buen ritmo de vacunación y todos los indicadores cayendo.
Pero se torció. Algunos nos dimos cuenta antes, curiosamente los que mandan fueron los últimos. Viví situaciones dantescas en mi lugar de trabajo (justo el fin de semana de «barras abiertas») y viví un festival, el Vida, en el que nadie llevaba mascarilla y la normalidad había llegado un poco antes de lo que tocaba. El resultado ya sabéis, quinta oleada y meses perdidos de trabajo e ilusión.
A mí ese horizonte de meses perdidos me hizo reventar. La broma con Artur sobre la depresión se hizo mucho más cercana de lo que esperaba. Ansiedad ante el ordenador, vista borrosa ante el futuro y pocas ganas.
Después llegaron las vacaciones, un nuevo concierto de Pinpilinpussies en el Castell, que me volvió a sacudir y me hizo flipar (¿cómo coño pudieron sonar así con un sólo ensayo?), y una minigira con Mujeres que me trajo de nuevo las viejas buenas sensaciones que necesitaba.
Al llegar a casa de esta gira, tenía unas horas para ponerme al día, pues Núria tenía vacaciones y me iba toda la semana de «descanso» añadido, o descanso extra. Ese día, el martes pasado, estuve muy cerca del punto de cambio de la teoría de las buenas noticias. Pasaron muchas cosas, volaron muchos emails ilusionantes y por unas horas, volví a sentir el vértigo de antaño cuándo la velocidad de las buenas cosas es imparable.
Pero se paró todo. La teoría de las buenas noticias nos dice que llega una muy buena noticia que cambia la tendencia, y esa tendencia dura un buen tiempo. Ese martes, toqué con los dedos esa buena noticia, que no llegó pero le faltaba poco … Y hoy lunes, en la vuelta casi real (la real es el lunes que viene con la vuelta al cole), mi sensación es haber vuelto muchos pasos atrás, y la buena noticia que lo cambiará todo vuelve a estar lejos. No mucho, no es como en julio, pero sigue lejos …
Mientras llega, hay mucho campo para que las malas destrocen y hagan de las suyas. Así que toca muro de contención y pensar que está al caer. Todo ha de cambiar a mejor. Espero.

15 días de desconexión en los que acabamos subiendo lo más cerca del cielo que podíamos. Y sin vértigo, nos asomamos al balcón y soñamos con volar.
Aunque vas haciendo zigzags para esquivarlo, era bastante evidente que llegaría el momento en que en la clase de Jazmín hubiera un caso positivo. Quizá no ha sido el primero, porque con esto de la movida asintomática, nunca se sabe, pero sí el primero diagnosticado.
Por ello, esta mañana todas las niñas y niños de clase se han reunido a las 10am en la puerta del cole para una PCR grupal.
Podría adornarlo de mil maneras, pero creo que para ellas/os ha tenido que ser algo terrorífico. El escenario bien merecía una peli de terror: 2 personas vestidas de blanco y ataviadas de protección hasta el infinito («los astronautas!» gritaban los niños), la directora del colegio liderando la acción, 10 sillas dispuestas en semi círculo que hacían de la espera algo casi agónico, y un buen puñado de madres (sobretodo) acompañando a 18 pequeñas/os temerosos a pesar de que, muchas, ya tenían experiencia en la materia.
Jazmín ha sido la primera chica, pues los primeros 5 han sido niños. Todos salían con la cara seria, como si el miedo les mantuviera en shock por unos segundos más. Me ha flipado una cosa: nadie lloraba, había un silencio que daba mucho respeto, pero al llegar a casa, el grupo de whatsapp se llenó de mensajes de voz, de niñas/os, que decían: «yo solo he llorado 10 lágrimas», «me ha hecho mucho daño», «he llorado un poquito nada más» … en el fondo, joder, son pequeñas criaturas que tienen que lidiar con una historia que parece sacada de un cuento de terror.
Me ha parecido injusto que Jazmín pasara por esto. A los 8 años, desconozco como marcará en su carácter todo lo que estamos viviendo, pero dudo que sea algo positivo. No tardarán en surgir miedos, negativas al afecto, etc… Creo que incluso nos pasará a nosotros.
Por ahora, y me doy cuenta que ya solo escribo en el blog para el día que me muera y que Jazmín tenga información, seguimos evitando al bicho. Estamos a noviembre de 2020, llevamos 10 meses de pandemia, y nadie cercano ni ningún familiar ha caído. Tengo muy claro que quedan meses de pandemia, o quizá años, que seguirán llegando oleadas y que seguiré viviendo nuevas escenas de terror como la de esta mañana. Quién iba a decir que la vida acabaría convirtiéndose en una película así …
Más de 20 años en casa y nunca habíamos acometido tantos cambios. Un poco a nuestra manera, está llegando todo de golpe, como si hubiera surgido esa necesidad de cambiarlo todo porque lo que había ya no nos llenaba.
El primer paso, cuándo el confinamiento decía adiós, fue cambiar las ventanas. Era una deuda histórica con el piso, nunca cerraron bien ni aislaron bien del frío. Fue una pasta, pero qué cambio! Ahora cierras y prácticamente no se oye la calle. También es cierto que en la calle antes había bares y ahora hay silencio, impuesto, por el toque de queda.
Después vino el suelo, que era algo que también hacía falta. Era un suelo de 20 años atrás, de los 2000. Yo siempre he pensado que algo de hace 20 años es de los 80, pero ahora ya no … El nuevo suelo trajo un cambio de color al piso, de la luz y la claridad del parquet rollo roble, a la oscuridad y sobriedad del color de ahora. No puedo decir cuál es, porque yo lo veo gris y sé que no lo es. Pero me flipa, sobretodo cuándo brilla al sol.
Por último, el cambio de suelo trajo un cambio del color de las puertas. Vicente, pintor de confianza, se ha currado el que considero cambio definitivo. Las puertas ahora son blancas, las paredes también y todo ha cogido un tono actual que me flipa.
Y nada, que parece que tenemos casa nueva. Renovarse o morir.